Juan Carlos Rodríguez acaba de publicar dos libros nuevos, uno de ellos con aire de artículo extenso; el otro con factura recopilatoria y final en Blas de Otero. Mi nota, sin embargo, no podrá entrar en las aventuras intelectuales de esas páginas, que recomiendo a lectores inquietos; pero sí que puedo, desde algo más lejos, subrayar el hábito de pensar a que nos tiene acostumbrados mi querido colega granadino -allí ejerce su cátedra-, que se pasea por los surcos de la cultura -cine, arte, literatura....- con el desparpajo y la gracia de quien practica el noble arte de pensar, del que estamos ahora tan necesitados. El hábito de pensar con dos cualidades añadidas: utilizando sin prejuicio andamios culturales; y con una prosa que siempre fue jugosa, simpática, imaginativa: una prosa que arrambla con todo lo que encuentra y lo sitúa en la perspectiva del tema que entre en danza. No es habitual poder disfrutar de las densas páginas de un pensador que es capaz de involucrar cualquier aspecto de nuestro horizonte vital para enlazarlo –vamos a elevar el tono– filosóficamente; o dicho de oro modo menos elevado en este caso: atraer hacia los mitos y enunciados del pensamiento serio –el ser, el no ser, el idealismo, el empirismo...– los rincones y las circunstancias.
Me esperan unas horas deliciosas, mientras termino el libro que, en definitiva, es el resultado de pensar nuestra historia, nuestra historia "concebida como historia de los modos de producción", desde luego.
Desde el ensimismamiento de Heidegger en un hilo de nada hasta el sarcasmo final de Blas de Otero, pasando por las apasionantes biografías de los diablos –del mal– en continuos escarceos que obligan a relacionar continuamente lo que se nos ofrece como casual; y que ayudan a leer, a entender, a mirar.
Terminamos con el párrafo final del libro y con una parte de su índice, ambas cosas creo que son suficientes para engolosinar al que quiera proseguir con una de las pocas cosas valiosas que van quedando: "El hábito de pensar".
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