Eso fue ayer, después de ver Tokyo Blues –a mi modo de ver excesivamente sentimental y esteticista, pero correcta, y con una cinta musical estupenda, los Beatles al fondo, además del encanto de Kiko Mizuhara– quedé con un joven filósofo, que no sé si puedo sacar a pasear al blog, o sea que le pondré un nombre de pila por ahora: Vicente. Y tomándonos un helado en Siena, el de plátano y yogur con amarena, yo solo de yogur, nos encaminamos al Retiro. Necesitaba él decirme algunas cosas y me venía de perlas a mí para que me aclarara otras de campo ajeno, en las que, con mucha frecuencia entro, a veces con la sensación de que ignoro cosas que debería de saber, particularmente toda aquella teoría sobre el arte y la artesanía. Como había llovido, el Retiro respiraba primavera, humedad y parejas de sábado, que había que sortear cuidadosamente para que pudieran cumplir con la ternura y la pasión. La luz de tarde, como pocas veces he visto, dulce y limpia.
Kiko Mizuhara |
Le agradecí a Vicente que abriera charlas sobre las tres o cuatro cosas que me habían inquietado: ¿Es verdad que cuando una cuestión pasa a discutirse o plantearse sin posibilidad de contrastarla con la realidad, hemos atravesado la frontera que va de la Física –por ejemplo– a la Filosofía? ¿Cuáles son los textos más fiables en estos momentos de W. Benjamin, los traducidos a partir de su plenitud de pensamiento, si es que eso existe? ¿Por qué dejé de leer a B. Russell?.... Con semejantes andanadas, que además se enracimaban enseguida con otras muchas –no existe la literatura, lo malo son los planteamiento que ya se sitúan en perspectiva equivocada, magnitudes y fronteras, de Deleuze a Spinoza....– y entre árboles conocidos (estos son tilos, con estas florecillas te preparas una tila; no había visto el cartel de la morera; catalpas, fíjate qué hojas; una plazoleta de mimosas, con hojas dormidas ya; mira, el roble de las penas....) la conversación se fue deshilvanando como la vida misma. Dos horas más tarde, de noche y buscando ya la salida, mientras él me explicaba esos quiebros finales en los sonetos de Garcilaso que tanto le sorprendían, volví a comentar mi historieta del ajedrez, la que aprendí de un antiguo alumno canadiense –cuando era profesor en Ottawa–, aficionado a ese juego, con quien entablé la primera partida una tarde hasta que el tablero –no nos habíamos comido ni una sola pieza– se hubo convertido en una maraña de estrategias y posiciones. En esos momentos, mi contrincante se levantó: –"Ya está", dijo. Me quedé mirándolo. –"Pero.... no la hemos terminado". –"No hace falta, para qué; mejor así, ha sido una partida estupenda, ¿verdad?". Y nos fuimos.
Roble de las penas |
No hace falta terminar las partidas de ajedrez, es algo que estoy intentando inculcar a mi churumbel, que empieza ahora a jugar ya con cierta malicia –nueve años–, no hace falta tampoco que uno gane y el otro pierda, existe una estética del juego que es superior a la de la batalla, etc. Cómo le gustaría esta doctrina a Moíño. La razón definitiva, sin embargo, era la que se había repetido ese atardecer de sábado: hablar, decir, saber, conocer, dialogar.... está mucho más cerca de nuestro universo y de nuestra condición humana que alcanzar certezas teóricas que no son evidentes y más bien semejan necesidades de nuestra diabólica condición pensante: reducir todo para que se pueda entender.
–Vicente, esta discusión la dejamos para otro día....
Se va pronto, creo, a Nueva York, a la universidad de Columbia; espero que antes podamos seguir hablando y dispersando la realidad, que últimamente la encuentro demasiado reducida a esquemas y normas.
Museo de artes decorativas (Madrid) |
Me ha encantado tu exposición pero... no estoy de acuerdo contigo en una cosa: una partida de ajedrez siempre debe de acabar... aunque sea en tablas. Yo disfruto cuando voy cercando al Rey y, esos instantes previos al jaque mate, miro a mi contrincante. Elevo la ceja izquierda, tuerzo un poquito la boca y noto su mirada diciéndome: "me has cazado".
ResponderEliminarEn cuanto a temas de conversación, diálogos sobre temas filosóficos,... esos pueden debatirse muchas veces y, cuantas más se debate, más se aprende.
Bueno... esa es mi opinión.
Saludos.
El Retiro tenía que estar espectacular. La fotografía primera es preciosa. ¿Qué flor es?. No parece que sea un árbol; sí una planta herbacea o un arbusto.
Hice la foto, Mar, porque no identificaba el arbusto, para hacerlo despacio en casa, tomando como referencia la hoja laminar y de barca, verticilada (que nacen todas del mismo punto), con flores terminales, pétalos o lóbulos blancos, rodeando un estambre amarillo.... con el aire de una aguileña, etc. Yo diría que es un "torvisco" (daphne gnidium"), peor no he tenido tiempo de cotejar despacio la muestra. Eso es lo bueno, no hay prisa, ya veremos. También me puedes ayudar a identificarla.
ResponderEliminar