sábado, 14 de mayo de 2011

La Biblioteca de Quevedo, cada vez más cerca


He tenido que volver a redactar esta entrada unas semanas más tarde, porque Carlos Fernández, al asentar lecturas y bibliografía, se ha dado cuenta de que el documento que yo le he pasado es el mismo con el que ya había trabajado, ¡en 1975! Maldonado. De manera que vamos a rehacer la tarea que se refiere a este documento, que ellos podrán matizar en algunos aspectos. 
Queda la historia menuda y cordial de aquella jornada de trabajo, que decía sí: "Al mediodía, Carlos (Fernández) Sofía (Simoes) y yo comimos en el Parterre, el pequeño restaurante con que termina la calle de Alberto Bosch antes de darse de bruces, en Alfonso XII, con el Retiro. Habíamos pasado la mañana en el Archivo Histórico de Protocolos, para considerar el estado de la cuestión de la biblioteca de Quevedo, de la que creo yo que, asediada por un lado por Francisca Muñoz y por otro por nosotros mismos, va a terminar por reconstruirse bastante bien. 


Es el caso que ya han terminado –los documentos de protocolos casi nunca se "terminan" del todo– la tarea de leer el documento y empezar a trabajar con otros aspectos. Para llegar luego al libro concreto, como en muchos casos hizo Maldonado, ha de darse la coincidencia de que alguno de los libros citados en el inventario –por ahora en este– coincida con alguno de los ejemplares que lleva la firma de posesión del autor. La firma de posesión del autor o, en su defecto, notas autógrafas, afecta en estos momentos a unos cuarenta libros, que forman, por cierto, capítulo de la próxima tesis de Diana Eguía sobre los autógrafos de Quevedo.

Les he entregado, por cierto, el segundo inventario –letra más difícil–, espero que no sea ninguno de los conocidos. Tendré que plantearles que hagan un inventario de inventarios. 
Como postre, de la investigación y del menú: los tres tomamos macedonia. 


Un gesto de temor cuando les dije que lo iba a contar en el blog, porque los quevedistas y otras gentes deben saber cómo va la investigación y qué se puede esperar de ella. De hecho, el exceso de generosidad puede provocar, como en este caso, que haya equivocaciones u olvidos que obligan a rehacer el camino. No me parece mal, como cura de humildad y para subrayar la necesidad de trabajar con los demás, estas equivocaciones, que en este caso han sido mías.
Crucé el Retiro para volver, por las plazoletas de Campo Grande, una de las zonas más sombreadas del parque, hasta desembocar en la Rosaleda, cuyo aroma atrae durante estos días.

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