A masachuse me voy
en setiembre, casi otoño,
a indagar por qué va el río
buscando siempre la mar
y pintando de amarillo
los abedules de casa
y los senderos perdidos,
los abedules de casa
y los senderos perdidos,
vestido de afán de otoño,
con los brazos extendidos.
Aeropuertos y aeropuertos
para llegar al destino,
trabajar en la Widener
y hablar con los amigos.
Christopher y Estrella viven
en una casa de cine
donde posa el peregrino.
El deleite de la charla,
la inteligencia que vino
a juntarse en estos pagos,
el trato franco y sencillo
son el bálsamo que cura,
del caminante el alivio.
La vida que va viniendo
a duras penas consigo
un corazón tan vacío.
En los rincones quedaba
algún secreto escondido
con que la madre natura
encarrila a los perdidos.
Y les cuento lo que cuenta
y les inspira el estilo
del romance americano
con estas rimas en ío,
que es rima de versos viejos
para un cantar sencillo
ahora que todo se llena
de imágenes y de ruidos,
que al pensamiento estorban
con colores y sonidos.
Palabras quiero que canten
lo que va siempre conmigo.
Mañana le hablaré al Charles
como se habla a un amigo:
compartiremos del mar
la cercanía, y vestidos
de su poco de nostalgia,
miraremos nuestro ombligo.
La mar, el mar y la mar.
A masachuse he venido.
Pablo, me siguen fascinando tus fotos. El porche, que malamente necesita pintura, parece recién pintado. Los troncos del abedul un poquito más rellenitos de lo que están.
ResponderEliminarGracias por el romance, pero las casas de cine sólo ocurren en la pantalla.
Cómo me gustan tus romances, contagian alegría.
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