Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 30 de septiembre de 2014

tanto si de que....

otra vez tanto mar ante los ojos
diciendo cuánto qué y la distancia
otra vez que la noche ciega se abre
otra vez    vida lejos     tierra extraña

lo que estuvo no sabe que tan cerca
y el cielo en las estrellas se me clava
y es que cuando escondido con la noche
recuerdo  como antaño   que acompaña

sé que pronto    y que cerca   y  sin motivo
así entonces   quedaron  estas brasas
la fuga de las luz las ilumina
los cercos del silencio no las callan

tantas veces se pudo tan siquiera
con si que   los más siente   de que nada





Cambio de identidad

Qingdao, playa número 1 
He dudado mucho sobre el cambio de identidad, aunque siempre con el final de El Buscón en la cabeza; hay que cambiar el nombre, el lugar, las creencias y los modos de vida, puede que vaya todo en el mismo proceso. No era Quevedo, sin embargo, buen conocedor de los entresijos del género humano, que le atraía tanto como despreciaba. Y tampoco se puede hacer caso de todo el repertorio de lugares comunes. 

el faro al final del espigón (Qingdao)



Toda esta batería de disquisiciones a cuento viene de que he andado dando vueltas a mi nuevo nombre, lo que puede empezar por escribirlo con caracteres chinos, lo mismo que hacíamos de pequeños escribiendo con caracteres griegos o he visto que luego se repetía con caracteres árabes, hebreos.... 保罗, 巴勃罗, etc. es una mera cuestión fonética, que solucioné en un largo paseo al faro de la playa número 1 de Qingdao, lugar grato, que se levanta al final de un largo espigón y se erige a modo de pagoda, con techumbre coloreada y sistema de arcos chinos en madera rodeando el faro.


Lo visité, y además de las muchas tiendas –siempre muchas tiendas– que dentro había, en un rincón una chica escribía delante de sus clientes en maderas de función diversa (bandejas, carteras, platos, llaveros....) el nombre de quien compraba el objeto; de manera que a ella me fui y le pedí que grabara mi nombre y que si me dejaba fotografiarla mientras lo hacia, con tinta "china" naturalmente. Me dijo que sí y me pidió que eligiera el objeto. Me perdió mi raíz pedante y elegí un llavero en forma de libro. Me lo entregó después, con una frase que explicaba algo sobre otra leyenda o dibujo que añadió... y que no entendí y no me atreví a reiterar como pregunta, pues había gente esperando. 
Mariscadores entre la playa y el faro
A pesar de ser festivo, o quizá por eso mismo, la gente que acudía al hermoso paseo marítimo, bordeando la playa, prefería cualquier otro diálogo con el mar que el del baño: los que bajaban a la arena era para mariscar en las rocas; abundaban los pescadores; el resto eran paseantes, que quemaban su excursión o últimas horas de un viaje –la estación de ferrocarril está muy cerca– en las cercanías del mar.
En cierto modo, había sido mi día de bautismo.



domingo, 28 de septiembre de 2014

En dirección contraria....


Casi como continuidad de la entrega anterior, pues ayer me había propuesto visitar la sede de las olimpiadas, que para todas las pruebas con agua aquí tuvieron lugar. La sede se encuentran al final del larguísimo paseo marítimo que va bordeando la costa; y uno va reconociendo el lugar por la paulatina aparición de edificios modernos cada vez más altos, más sofisticados, más nuevos.... hasta encontrarse en un manhatan que mira al mar, el trade center de Qingdao, realmente impresionante tanto por su extensión como por su diálogo con el Pacífico, sin que falten zonas arquitectónicas y urbanísticas de diseño muy logrado, particularmente los extensos y amplios paseos que bordean la costa, primero abiertos, limpios y seguros; inmediatamente ajardinados, finalmente urbanizados con edificios de todo tipo. En algún momento, un panel explicativo dice que esta costa, así urbanizada, ¡se extiende durante 45 kilómetros!

No se terminan nunca estas ciudades, cada vez aparecen nuevas y nuevas situaciones urbanas. Por eso el viajero opta por los autobuses, desde donde asimila mejor todo lo que aparece y puede saber itinerarios y localizaciones. El cambio ahora, por ejemplo, desde mi barrio, en el viejo centro de Qingdao, pasando por las playas que forman uno de los cabos, hasta la ciudad olímpica, en la costa sur ya, mirando al mar, se entiende mejor.

En medio del fragor moderno no faltan los rincones apacibles, como esta plazoleta que mira al mar
La ciudad olímpica me llevó buena parte de la tarde, pues me sumé a espectáculos, canciones, barcos que recorrían la bahía, bailes de tropas (¿) y todo lo que me ayudaba a conocer y disfrutar del lugar y de sus gentes. Ya estaba oscureciendo mucho cuando intenté tomar mi sarta de autobuses que me llevara de vuelta a mi alojamiento –un cuarto pequeño en el centro, con cocina, claro, para experimentar. 

Tomé el 207, que apuntado lo tengo en la lista de los que veo pasar por mi barrio. El 207 me llevó durante media hora por barrios desconocidos; e iba con mucha gente, que se fue bajando. No reconocí mi barrio, de manera que antes de quedarme solo con el conductor bajé y tomé el 217, que es, seguro, de los que pasan por mi calle; también mucha gente, en silencio los adultos, con mucha juerga los más jóvenes –es sábado–; pasado un buen rato –de noche todos los gatos son pardos– el autobús, que también iba soltando pasajeros, entró por zonas desconocidas y cercanas al mar. Miré el mapa de mi IPad y comprobé que lo había tomado en sentido contrario, bajaba al extremo del cabo y no subía al corazón de la ciudad. Me bajé rápidamente y busqué una parada en la acera contraria; pero era de dirección única esa calle. La cosa se ponía más complicada, había que buscar la calle por la que volvía el 217. 

Me armé de paciencia y me senté en un banco a recorrer mi vocabulario: lo tenía que preguntar a alguien. Pero en esos malditos momentos a este viajero, que a veces es vate destemplado, le acució la inspiración, y en vez de cumplir las tareas de primera necesidad se puso a escribir versos en aquel banco con olor a mar y a tarde de sábado, casi sin luz y con un lápiz al que se le había roto la punta. Malos tiempos, pensé, mientras fluían los endecasílabos.
Y así pasó otra media hora, empalagado de azules nocturnos. Parece que entonces no se me hizo tan arduo preguntar que por donde volvía (utilicé un "hui" del que no estoy muy seguro) el 217 a un grupo de personas que esperaban en otra parada. Lo que me dijeron no estaba muy claro, pero las indicaciones y signos, sí. Y lo encontré.


Cuando por fin tomé el 217 camino de mi habitación, cansado, repasé la larga jornada: el maldito starbuck en el que no funcionaba su wi-fi y que me dio aguachirle como capuchino por ¡29 yuanes!; la chica que posó disimuladamente para mí, coronada por el sol, en la ciudad olímpica; el policía que no entendió nada de lo que le pregunté sobre los autobuses y me remitió a otro ("wen nin"); el festín de peras ("li") que me ayudan a sobrevivir, en tanto no estudie bien platos y condimentos....




En mi cuarto intenté recopilar el recorrido y asimilar el itinerario. Extrañamente el google earth no va bien; algo le pasa a mi ordenador; pero no, me avisa mi corresponsal lejana –en Cchongqing– que no, que esa estupenda aplicación no suele funcionar bien en China. Acudo a mapas de la web, pero la red se está convirtiendo en un escaparate publicitario sin respeto alguno para la veracidad ni el rigor y he de ir desechando casi todo.
He terminado puliendo y refinando versos.


viernes, 26 de septiembre de 2014

NUNCA HE COGIDO UN TAXI. VOY EN BUS

La comida

La compra

Los hombres juegan a la baraja 

Y se cena de tapas
Perdido en las calles de la tarde,
no reconozco nada, todo es nuevo,
quizá excepto la curiosidad;
sin embargo recuerdo que la vida

andaba por la calle como ahora;
pronto les robarán estas maneras,
el baile de la plaza, callejear,
chicas que andan cogidas de la mano,

la sonrisa espontánea al diferente;
teléfonos y coches cumplen bien
su función mercantil. No habrá remedio.

Nunca he cogido un taxi, voy en bus.
Y sigo caminando por las calles.
Llevo la tarde llena de sonrisas.

La tertulia en la calle 
preparando la cena
Quién conoce estas frutas

jueves, 25 de septiembre de 2014

Tres playas, tres modelos y un bañador

Playa número 1, con una torre insultante al fondo
La misma playa número 1, vista hacia el sur 
Un extenso y muy cuidado paseo formado por tarimas de madera va recorriendo toda la línea de la costa, con jardines –pinos, secuoyas, arbustos, algún laurel.... y árboles que no conozco– hacia el interior; y rocas arcillosas y arena hacia el mar. De vez en cuando un cartel explica cómo disfrutar de ese paseo, que debe tener entre tres y cuatro kilómetros, jalonado de bancos que miran al mar, al este, el paseante puede mirar al mar –lo que suele ser la opción más sencilla y hermosa, al tiempo– o mirar el discreto movimiento de la gente, en donde predominan, como explicaré, las parejas de novios (¿ya se han casado o se van a casar?) que vienen con un equipo de fotógrafos y ayudantes para hacerse un álbum memorable en el que se conjuga la belleza del lugar y su tránsito por el amor. Los fotógrafos les obligan a poses imposibles, ridículas, afectadas, que no todos soportan, como el "torerillo" de rojo que en la foto ensaya actitudes, o como la novia que despliega su atuendo blando por las rocas. 
Detalle de la misma playa número 1, con los patines de agua, obra artesanal, como muchas
Algo más lejos, una tropa de taxistas, probablemente quienes los han traído, se entretiene esperando que pase la sesión: forman garito con naipes y fuman incansablemente.

camino de la playa número 2
Para llegar a este paseo marítimo he atravesado un extenso parque, del que hablaré en otro momento. El paseo recorre las tres playas de Qingdao. A pesar del calor –casi bochorno– las playas están semivacías, se deja ver particularmente en las fotos. Quizá el celo laborioso de los chinos no les permite dejar que el tiempo pase sin hacer nada; de hecho los pocos grupitos que he visto –por ejemplo de varones adultos– se concentran en algunos lugares en donde hacen gimnasia con pesas y otros aparatos.


Cuando por fin he llegado a la playa número 1 (se llaman así, creo que esta es la más grande) me he dado cuenta de que no llevaba bañador, de hecho no vino en la mochila, de manera que, para empezar he buscado en puestos y tiendas si los había y pudiera comprarme uno. Los había. Los masculinos eran todos de inevitable y rotunda presencia de paquete –vamos a decirlo así–, es decir de una tela de nylon sin nada más debajo. Primero he buscado bien por si hubiera algo más variado, luego he repasado los que la gente vestía. No he visto ni un solo bikini y los bañadores de las chicas –al menos los de los chiringuitos de la playa– son de no te menees, y todos con faldita sobreañadida. ¿Será la de la playa una sociedad machista?

En la playa había pocas mujeres; lo normal son los hombres –grupos de adultos y grupos de jóvenes–, alguna pareja con niño y poca cosa más. Discretamente he observado los perfiles de los cuerpos en los bañadores: desde el comienzo tuve claro que una xxl al menos, no por poderío, sino para que, como en los grupos de varones adultos, no se fuera de margen la barriga; también parece que va a haber problema con otros perfiles. Más discretamente observé las posaderas de los jóvenes, y si cupiera aun más discreción, su perfil delantero. Creo que hay poco que hacer si realmente me quiero bañar. Me quiero bañar.


La acogedora playa número 2

Volví al tenderete de los bañadores –los modelos eran los mismos en todos los sitios– y abrí la boca del bañador, por arriba: lo que me temía, por detrás, nada, la naturaleza en su nylon; y por delante una redecilla tan sutil en forma de triángulo que, al mojarse, opinaba sobre lo que guardaba. Volví a mirar de reojo al grupo de jóvenes chinos que acababan de bañarse. Yo creo que debería censurar lo de que envidié la tersa redondez de sus posaderas enjutas; pero el caso es que las envidié.
Un novio ensaya poses. Nótense las bañistas protegiéndose del sol.
Para entonces ya el calor había hecho mella en mí –la caminata había sido larga– y  el mar me llamaba. Determiné comprar el más oscuro, el negro, por parecerme que disimularía algo más; eso sí, todos tenían una rayita de color reluctante en los lados: el que yo elegí la tenía azul. Anduve aclarando con el vendedor –la chica dejó paso, por decoro, al marido o compañero– el precio, que, como en inglés, no era de 14 sino de 41 yuanes, es decir, de unos seis euros. Y luego todo fue muy rápido: me cambié a escondidas, me fui al Pacífico y me di un buen baño. El agua era densa, quizá no muy limpia, pero estaba tibia y tranquila. Cerca, se bañaba una dama con escafandra –así van–, y en la orilla posaban varios novios, costumbre curiosa que ya he comentado. 

Me bañé y me bañé. Con un pudor que realmente no me conocía elegí para salir un lugar casi sin gente. En cuanto pisé arena seca, me senté rápidamente. Y luego, más tranquilo, de reojo, iba mirando el culillo de los bañistas más jóvenes, entre malicioso y divertido (“no llevan nada y con el agua....”) Noté que ellos también miraban y me dio otro ataque de pudor. Sus risas venían, sin embargo, de otra cosa: el pelo del occidental.

Descansado y feliz empecé el recorrido de las playas de Qingdao. Me bañé en la primera y descanse en la segunda, la más coqueta, con una curva acogedora y alineada con edificios bajos a su largo, en la que se paga una modestísima entrada (2 yuanes, 30 céntimos). Las playas son de arena dorada, con zonas pedregosas y agua muy densa, de poco oleaje al menos estas. 
Novios y novias a la deriva en busca de paisaje
Ya se habrá notado que es tierra de contrastes, constrastes en casi todo. No tengo mejor manera de explicarlo que presentando los tres modelos que encontré en ese lugar: van de más tradicional a más sabe dios qué. En el segundo, sépase que la chica de paraguas y vestimenta exquisita que accede a la playa, además lleva tacones altos de aguja. 







miércoles, 24 de septiembre de 2014

Al sur del río amarillo


Desolador paisaje el de Jinan
todo lo que se puede fabricar
en la viejísima ciudad budista
para que nadie sufra ni pase hambre

aunque sea en los barrios de edificios
uniformados y alineados casi
militarmente, en competencia extraña
con naves, chimeneas y arboledas.

Cruzo en un tren de alta velocidad;
todo se queda atrás, desaparece,
el tren va buscando Qingdao, el mar,
donde dicen que todo se termina,

espacio y luz para sentir el viento
y detener un viaje sin destino.









Entre Hangzhou y Qingdao, el cielo gris,
la tierra parda, extensos arrozales,
cosechas recogidas, autopistas,
churretes grises de las chimeneas

y muchas ciudades de nombre antiguo:
Chuzou, Tengzhou, Taian, Jinan, Nanjing....
cada vez que las cruzo se distingue 
el hormigueo humano: bicis, coches.... 

Cambiamos en Jinan hacia Levante.
Zibo es una ciudad destartalada;
no he podido copiar su nombre al paso,
lo escribe en mi libreta la azafata;

le doy las gracias con una sonrisa;
el hanyu todavía está muy flojo.



No se puede comprar primera clase,
el pasajero va en una burbuja
atravesando zonas industriales
invernaderos   arrozales   ríos

Tampoco se ve gente, es muy temprano,
pero al cruzar el tren por las afueras
se adivina el latido de la vida
en esa extraña mezcla de lo viejo

y lo nuevo: los carros y los coches,
las bicicletas y los trenes nuevos
de alta velocidad, con pasajeros
que arrastran equipajes y mochilas

y desayunan sopa de fideos.
El cielo sigue gris, encapotado.




Estación del este (Hangzhou)
El viajero ha tenido que darse un buen madrugón, a las 4 de la mañana, para ir a la imponente estación del este, de ferrocarriles, en Hangzhou. Aun así, a las seis de la mañana es notable la presencia de gente, y a las siete compruebo que ya está abriendo todo. El orden es exquisito y la limpieza extrema: con cortesía se pide a los viajeros que no se acuesten en los asientos de la estación. He sacado un billete relativamente barato, de primera me dijeron, pensando que era un billete normal, pero está en el vagón número 1 y se trata de un compartimento único –la "burbuja" del soneto anterior– en que tan solo viaja un "rico", una pareja de damas –presuntamente madre e hija– con un niño, y yo. 

El exceso de comodidades es notable: yo no las uso, pero el rico, vamos a llamarle así, se cambia zapatos por pantuflas, convierte su sillón en cama y llama por el micro a la azafata que le trae un zumo embotellado; luego habla aparatosamente por teléfono. Durante el viaje, me entretengo mirando al niño, de una expresividad especial y tan emprendedor que la madre ha de proporcionarle continuamente actividades nuevas. El viaje,  de algo más de mil kilómetros, dura siete horas.

La azafata me mira entre despectiva e indiferente y me deja mi zumo embotellado cerca. A las tres o cuatro horas me doy cuenta de que hubiera debido traerme algo de comer, como hacen los pasajeros de los otros vagones. Busco en la mochila por si queda algún resto de galleta.... ¡y encuento un par de liches! Estoy salvado.