Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 30 de noviembre de 2013

se asoman solamente a las pestañas


Cada día que cruzo hay más invierno;
ya cubren las narices las bufandas
y los niños que madrugan al colegio
se asoman solamente a las pestañas;

el vaho que respiro forma nubes,
tienen los eucaliptos flores blancas,
se mofan los olivos de este frío
que congeló la luz de la mañana.

Hay un bosque de encinas grises cerca,
detrás del lago, junto a las las estatuas.
Este camino es otro, pasajero,
del que sueles llevar cuando trabajas.

Hoy llegaré tarde a mis papeles.
Tanta luz reverbera sobre el agua.

olivos viejos en la Plaza de Cataluña del Retiro
eucaliptos con pequeñas florecillas blancas

bosquecillo de encinas detrás del lago grande del Retiro (Madrid)

jueves, 28 de noviembre de 2013

Nuevos títulos de la colección de Clásicos Hispánicos EDOBNE

Acabamos de publicar siete números más de nuestra colección de Clásicos Hispánicos EdoBNE, cuyas portadas son estas. La dirección técnica de la colección –Jose Calvo, Carlos Fernández– trabaja ya en los próximos números. La colección alcanzará el medio centenar al terminar el año.



























miércoles, 27 de noviembre de 2013

El piano de Juan Ramón

El declive del día es imparable,
no hay nada que añadir, ciclo cumplido,
vendrán las largas noches invernales,
hemos llegado, que de aquí salimos;

incierto seguirá en el horizonte
aquello que jamás hubo venido
mientras todo sucede alrededor
y se mezclan las risas y quejidos.

Ya nada oculta la montaña lejos
ni el estruendo del tiempo sucedido,
destello fue lo que pasó de luz
que estuvo que cruzó y que fue vivido

Todo esto fue lo que llamaron ser,
y todo esto será lo de haber sido.


Jacinta la Pelirroja en conferencia


martes, 26 de noviembre de 2013

Volver de vez en cuando a Salamanca

Fonseca
Casa de las Conchas
Extraña esta ciudad milenaria, entre la sensualidad y el estudio, arrinconada en ese frío, pero decorada con el calor dorado de los atardeceres, ahora casi iluminada por las arboledas del Tormes. Si el día es limpio y soleado, el azul resulta terso y deslumbrante. He estado en ella muchas veces, y he vivido –en la calle Libreros– de joven: y aun me impresiona y no sé qué buscar recorriendo sus calles y deteniéndome en rincones, monumentos, lugares históricos. Las últimas veces he vuelto a admirar la plazoleta que se abre delante de las ursulinas y desemboca, por detrás del palacio de Monterrey, en otra placita muy peculiar, Unamuno en el centro. Y al ir allí, estar allí, mirar allí, sí que siento algún tipo de emoción, que no ha de ser humana, porque, como diría Machado, allí no nací ni a la vida ni al amor, por tanto no puede estar allí mi corazón: habrá de ser lo que aprendí, sentí o me ocurrió mientras leía con pasión pedante y adolescente, primero a Unamuno (desde mi ventana se veía la "parra" de la casa rectoral), luego y sobre todo a fray Luis, con cuya estatua me cruzaba cada día cuando iba a trabajar a la biblioteca de la Universidad –mi primer trabajo, cuando me marché de Madrid (año 1962-63, lo que señala la causa)–. Mi devoción por Unamuno se apagó un tanto, pero las odas luisianas me han seguido acompañando, lo mismo que sus versiones poéticas.

Por la mañana recibía clases en el Palacio Anaya –Senabre, Cortés, Real de la Riva, Lázaro Carreter...; y allí me volvía a cruzar con don Miguel, más tenaz y pétreo que nunca, el de Victorio Macho y la cruz de la leyenda en el pecho.

Cuando tenía tiempo, poco, deambulaba por los patios y me iba a admirar vencejos, en verano, o estorninos, en otoño: me obligaban a mirar arriba, a la catedral o la Compañía. Extraña emoción, quizá emoción histórica.
Estorninos en clerecía
Ahora he vuelto, para conversar sobre Quevedo con mi querida amiga y colega Lía Schwartz, de visitante en Salamanca, sobre Quevedo, que es un pretexto que nos une académicamente para decir las cosas que los buenos amigos, un poco de vuelta de todo, se dicen. En medio, Lina Rodríguez Cacho, la pasión de la literatura encarnada en una salmantina: no sería Salamanca la misma sin Lina diciéndonos todo lo mucho que siempre tiene que decir.
Conversar se va convirtiendo en un remanso de los azares de la vida y de las destemplanzas del tiempo. Y la conversación pasa de ser un motivo de comunicación –lo que se dice– a valer por ella misma, un hecho fáctico.

Muchos orientales he visto –chinos, japoneses...– que recorren con su paso corto y peculiar las calles peatonales y reaparecen sonrientes en bares, bibliotecas, clases.... pero Salamanca persiste impertérrita con su serenidad de piedra y frío, acoge a todo y exige pronto bufandas, gorro y guantes. Es inútil que se haya llenado de comercios de embutidos, más caros que en cualquier otro lugar, o que hayan proliferado hamburgueserías americanas. La ciudad mantiene su corazón en forma de plaza y su laberinto de calles rosadas con un edificio histórico a cada paso. Y si uno entra.... he aquí quizá una de las ciudades que conserva la mayor y más admirable riqueza de patios y claustros históricos: las Dueñas, San Esteban, Las Conchas, Clerecía, el Patio de Escuelas, Fonseca, el Museo Municipal.... Entre los enumerados –¿cuántos más hay?– no había visto nunca algunos (como el Palacio en el que se ha montado del Museo Municipal, algo pobre de contenido, pero soberbio de espacio).
Si los patios y claustros invitaban a la meditación, Salamanca será una ciudad para meditar, a la que hay que volver de vez en cuando.

Palacio Anaya

Museo Municipal


domingo, 24 de noviembre de 2013

Velázquez literario: Góngora, Lope, Quevedo, Villamediana

[A Lía Schwartz]

La reciente exposición temporal del Prado sobre Velázquez me ha vuelto a plantear el problema de los retratos de Quevedo y, de su mano, el de los retratos, en este caso literarios, de Velázquez y de la época. Me refiero con "literarios" a retratos de escritores, naturalmente, como el Moreto de ¿Juan de Pareja?, o el busto de Quevedo de Alonso Cano (BNE), o el de Lope de Vega, recién redescubierto, etc.

Alonso Cano, busto de terracota de Quevedo, en la BNE,
probablemente su mejor efigie
El problema del retrato afecta, desde luego, a la creación artística y tendrán que determinarlo los especialistas: talleres, copias, etc. El resultado de una esa producción artística –o semi, si proviene de taller– nos llega a modo de cuadro y variantes, en donde muchas veces es difícil discernir cuál es el original, quién lo pintó realmente y de dónde y cómo surgen las copias, es decir, una "ecdótica" de cada cuadro o resultado artístico final. En el caso de Velázquez, bastaría con citar –entre muchos otros– la cantidad de variantes (testimonios, en lenguaje ecdótico) que han llegado de sus últimos retratos, del último: el de Felipe IV con aire lánguido y mirada perdida, o las variantes de la Infanta Margarita ya adolescente. Se sabe, porque alguno de ellos queda sin terminar a su muerte, que hubo otras manos –la de Madrazo– que terminó algunos de los incompletos, particularmente el de la Infanta del Museo del Prado, que puede ser el que aparece al fondo de "La familia del pintor", de Madrazo (en Viena). 
Si fuera así, quizá en ese pañuelo blanco de seda que apenas coge la mano derecha de la Infanta, podría Velázquez haber dado sus últimas pinceladas; lo mismo que en los versos enmendados de "El escarmiento" puede encontrarse el Quevedo final. Al refinar datos y biografía, los especialistas atisban –en este caso funciona el conocimiento de la técnica y el estilo, y la comparación con otros testimonios– en aquellos testimonios lo que puede haber de auténtico y final del artista o del escritor. Quevedo dejó sin terminar a su muerte (1645) la colección de sus poesías (Parnaso español, 1648), que retocó hasta no sabemos dónde su amigo y editor José González de Salas. Volvamos a Velázquez.

Velázquez, Góngora, Fines Arts (Boston)
En realidad hablar de los retratos de Velázquez es hablar de todo Velázquez que, como pintor de corte sobre todo, dejó una impresionante galería de retratos, que se copiaron y redistribuyeron por todos lados, particularmente por la propia dispersión de la corte imperial y por la necesidad de dar a conocer a unos y a otros a l@s infant@s, los nobles, el propio rey, etc. 
Muchas veces se emplearon los retratos minúsculos, esbozos rápidos que luego se convertían en modelos pequeños y que podrían, atravesando tierras, llegar a ser cuadros memorables. En Peribáñez y el comendador de Ocaña (c. 1607), de Lope, el motivo aparece en escena muy claramente, cuando un pintor esboza rápidamente los rasgos de Casilda para luego pintarla al por mayor. La salvedad se trae a cuento porque no siempre el modelo del pintor es el personaje real, sino un esbozo, noticia o retrato menor; a veces el retrato es un post morten, como el impresionante Cardenal Tavera de El Greco (en el Hospital toledano) o la bellísima y ausente Isabel de Portugal de Tiziano, entre otros. No creo que ese haya sido el caso de los escritores y Velázquez, sin embargo: creo que pinta modelos reales, que no le hubieran interesado –tampoco era tanta su fama o su valor en la sociedad cortesana– de no haberlos tenido delante de sus ojos.
La situación sucintamente descrita arriba afecta a Góngora, Quevedo, Lope y Villamediana, entre otros. Ahí es nada. Digamos que el de Lope ya se ha desechado y quedémonos por ahora con los otros tres. ¿Cómo acertó Velázquez a retratar, precisamente, a tres, quizá los tres, si nos perdona Lope, mayores poetas de su tiempo? A lo mejor no es verdad lo que nos cuenta la historia literaria sobre la fama de unos y otros, que en el caso de Quevedo se suele postergar a comienzos del siglo XX.
No se sabe muy bien quién es el temprano caballero (¿Juan de Fonseca?) de Detroit (Instituto de las Artes); y no doy por escritor a Francisco Pacheco –su suegro– que aparece en un conocido retrato del museo del Prado anterior a 1621 (por el cuello azul almidonado, al que se refiere un famoso romance de Quevedo). En realidad si exploramos cronológicamente su producción, lo primero que nos encontramos es con Góngora, retratado casi con seguridad en 1622, y del que existen tres excelentes testimonios: en el Prado, en el Lázaro Galdiano y en el "Fine Arts" de Boston, que se suele tener por el original, a partir de ensayos de estilo mejor que de procedencias. No hay duda de que es suyo, pues así lo documenta el mismísimo Pacheco.

Copia del Instituto Valencia de don Juan
Cruzamos los diversos y conocidos periodos artísticos de Velázquez –viaje a la corte, a Italia, etc.– sin que asome a sus cuadros ningún otro escritor, pues no lo sería el joven (Munich, Pinacoteca) y tampoco vamos a ponernos estupendos trayendo a colación a Esopo o a Menipo.
Y entonces, ¿qué pasa con Quevedo y Villamediana? Son casos distintos. Sobre el retrato de Villamediana puede verse este mismo blog http://hhttp://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/2011/11/el-conde-de-villamediana-juan-de-tassis.html

Velázquez, ¿Villamediana? (Wellington Museum)
Con respecto al de Quevedo ocurre lo que decíamos al comienzo: se conservan no menos de cinco, algunos en colecciones privadas y con atribuciones que resulta difícil de investigar. En el estado actual que se me alcanza, Velázquez pudo pintar el original por encargo de Pacheco –que lo dibujó en el Libro de Retratos, pero que es muy distinto al del cuadro– o mejor, seguramente, en la primera estancia en la corte y alrededor de esa fecha, que es la del viaje a Andalucía (c. 1625), el momento de mayor esplendor de un Quevedo reconciliado con Olivares, que festejaba con risa a los cortesanos del viaje a Andalucía y que incluso los alojó en el señorío de La Torre de Juan Abad. 

detalle de un bodegón de Van der
Hamen,  especialista en contrastar
colores 
La atribución es tardía, de Palomino; pero la documentación nueva, de Iordan, sospecha con buenas razones que pertenece a una colección de retratos que Juan Van der Hamen llevó a cabo en Madrid en la década de los veinte (1620-1630); y las buenas razones están en el testamento y en el inventario de sus bienes. En cualquiera de los dos casos, de ese original, que la crítica velazqueña da por seguro pero por perdido, derivaron los tres testimonios más reputados (Instituto Valencia de don Juan, Wellington Museum y colección particular, la de Salas). Según Iordan, en fórmula que parece sólidamente expuesta, entre otros lugares, en la monografía-catálogo que tuvo lugar en 2006 sobre Van der Hamen, el original pudo ser uno de los veinte retratos que el pintor holandés estaba realizando, incluso antes de que Velázquez llegara en 1622 a la Corte y se le nombrara pintor del rey. Para entonces ya había esbozado un retrato de Góngora, que tiene una preciosa secuela: el grabado del manuscrito Chacón (original en la BNE, hay facsímil). 



Si el retrato de Quevedo fuera finalmente de Juan Van der Hamen habría dos curiosas posibilidades: una, el flamenco copió el de Velázquez, lo que más a menos ha admitido toda la crítica artística cuando dicen "del taller de Velázquez, "copia de un original perdido de Velázquez", etc. Es raro: no he leído que el afamado pintor de bodegones y figuras lo hiciera, aunque sí que se fijaría en el arte del sevillano, desde luego, y emularía sus maneras y sus logros. 
La segunda opción resulta más atractiva si se involucra a don Francisco un poco más en la batalla por la eternidad: la admiración que supuso en la corte el retrato de Góngora por Velázquez, fue emulada por Quevedo, que se dejó pintar por Van der Hamen, amigo muy cercano; recordamos, aunque es muy sabido, que el hermano del pintor, Lorenzo Van der Hamen, fue el encargado de limar la edición de Juguetes de la niñez, ya terminada en 1629. Sería posible, en fin en este caso, que los viejos datos de Palomino (de 1724) y los papeles viejos se hayan engañado, por la calidad del retrato, y hayan dado el salto del original (el de Van der Hamen) a Velázquez, lo que dice mucho del retratista holandés afincado en España. Todo lo demás que se suele comentar de este retrato sigue siendo válido: fecha, edad, circunstancias, testimonios, etc. La copia mejor –¿la original?– se fue a Londres con Wellington, ¿o es la del instituto Valencia de don Juan?
Curiosa coincidencia, pues allí para el excelente retrato velazqueño del caballero que a veces se ha identificado con Villamediana, hipótesis que a mí me engolosina sobremanera, pues no conozco otra imagen del Conde, y esta cuadra con lo que de él sabemos. 


Lorenzo Van der Hamen, hermano
del pintor, otro cuadro más
probablemente de la serie
No repetiré lo que ya dije en otro lugar de este blog.
La atribución a Juan Van der Hamen se ha acentuado quizá por la reciente aparición del retrato de Lope de Vega. El polígrafo madrileño, generoso como nadie en sus alabanzas literarias, llevaba tiempo poniendo laureles (entre ellos el de El laurel de Apolo) en la cabeza de su amigo el pintor, quien al parecer le retrató al menos un par de veces, si es que el retrato que aparece en el inventario de la colección del Marqués de Leganés no es el mismo que el del inventario de los bienes a la muerte del pintor, ya que difieren ligeramente en el tamaño, como difiere del que venía atribuyéndose a Eugenio Cajés (en colección privada, en Munich) y que ahora (estudio de Benito Navarrete, en 2010) se ha identificado como de Van der Hamen, sobre todo por su cercanía estilística al de Francisco de la Cueva y Silva (¡al que también dedicó un soneto Quevedo!), que se encuentra en el Museo de la RABA de San Fernando, y que sería uno de los veinte antes aludidos. Y aun otro sería el de su hermano Lorenzo.

Lope de Vega (colección particular, Munich)
El enredo no es tal. Lo que ha enredado ha sido el tiempo y la historia. Es bastante probable que los cuatro casos mentados terminen por esclarecerse, aun más, y que, para lo que nos interesa, los retratos de Góngora y Quevedo, tenidos como velazqueños, sean un motivo más de la enemiga entre los dos vates, trabada, como ellos solían hacerlo, indirectamente, a través de sus obras o de las representaciones artísticas de sus amigos.



camino del invierno




hileras de árboles que se desnudan
y cubren la avenida de hojas secas
que todo lo que cambia o que se pierde
costumbres son que dio naturaleza

caminos con el barro de las lluvias
un antiguo sendero zigzaguea
a veces escondido entre las hojas
a veces casi oculto por la tierra

que todo volvería a ser lo mismo
si en el jardín artífices no hubiera
jardineros que quitan lo que muere
y que plantan y cuidan lo que empieza

camino del invierno vamos todos
todos vamos camino de la tierra



sábado, 23 de noviembre de 2013

De qué hablamos cuando hablamos de marxismo

Juan Carlos Rodríguez acaba de publicar un nuevo libro, un ensayo filosófico, político y literario, si es que hace falta definirlo en términos aproximados de contenido. Merece la pena que lo recomendemos:



viernes, 22 de noviembre de 2013

Biblioteca de la Fundación Universitaria Española



En el anterior directorio de centros de documentación que elaboré para este blog faltaba lamentablemente el centro de la FUE, ubicado en una de esas casa nobles de la calle Alcalá (95) cuando pasa por delante del Retiro en el barrio de Salamanca. En uno de los pisos, el primero, he visto dos salas de lectura pequeñas pero acomodadas, con mobiliario noble y personal grato y eficiente.

Lo fundamental de la FUE es que se formó con los fondos de Pedro Sainz Rodríguez (+1986), el intelectual monárquico de mayor prestigio quizá, aunque de vida irregular y más turbulenta de lo que se supone: allí está su copiosísima correspondencia, su biblioteca de clásicos espirituales, etc.; pero allí fueron a parar legados tan importantes como el archivo o fondo de Campomanes, el político del siglo XVIII, y muchos de los archivos de la República, años después de terminada la guerra civil. Este último fondo quizá sea el que más se ha aireado a partir de exposiciones y muestras, de hecho tiene catálogo razonable y algo genérico, como hay catálogo –de Isabel Balsinde, acaba de publicarse, en 2013– de los mil ochocientos volúmenes de los siglos XVI y XVII que allí se guardan. 
Este último es un fondo interesante, aunque sumamente irregular, con muchos libros "del alma" de los que no veía del todo bien don Quijote, pero con otras muchas curiosidades o libros golosos: la versión de la Metamorfosis (1589)  de Ovidio, de Sánchez Viana; el Garcilaso (1580) de Herrera –quizá por ello entre las publicaciones de la FUE haya un Garcilaso, editado por A. Labandeira–, una Arcadia (1566) de Sannazaro, la diferencia de libros (1569) de Alejo Venegas; cosas de Polo de Medina, las obras en verso del Príncipe de Esquilache (1648); dos tomos con las poesías de Góngora (el de Foppens, 1569; y el de la Imprenta Real, 1654); un arte de ingenio de Gracián (Lisboa, 1659); las obras de San Juan de la Cruz (1635 y 1649), etc. Resalto entre todos el Epicteto  de Quevedo, en la princeps de María de Quiñones a costa de Pedro Coello, de 1635, con el grabado de Juan de Noort, edición peculiar de la que se ocupó Ettinghausen. Como se ve, un fondo adecuado para pasarse algunas mañanas leyendo mientras el sol del Retiro entra por sus grandes ventanales, bien tratado por la amable y eficiente bibliotecaria –Pilar. 

No todo está en ordenador, porque el fondo manuscrito se adivina, a partir de lo que ya se ha hecho, que es ingente y de difícil catalogación; pero cuando he pedido ver algo, me han atendido la solicitud y me han dado todo tipo de facilidades para que, llegado el caso, pueda avanzar en la investigación. De hecho ha habido un tema que me ha tentado, pero que no he podido culminar, por falta de tiempo: la FUE conserva entre los varios archivos de la República el que procede de Chile, supongo que de Santiago de Chile, a donde fueron a parar, a vivir y a morir los hermanos de Antonio Machado: sobre Jose, que en Santiago escribió las últimas soledades de su hermano Antonio ya hemos hablado en este blog y hemos hurgado en lo que ocurría con sus recuerdos, sus publicaciones y el famoso verso mahadiano del gabán. Creo que la investigación podría cerrarse prácticamente si, como supongo, en este archivo aparecen los restantes datos sobre el exilio republicano en Chile. Ya lo veré, o ya lo verá alguien interesado sobre el tema con las pistas que he ido dejando. 
La cuestión de los manuscritos en general y de los archivos en particular es más peliaguda: supongo que se necesitarían más catalogadores para terminar, por ejemplo, de resumir la correspondencia de Sainz Rodríguez, lo que se está haciendo con un rigor y una minuciosidad encomiables, ya que genera un catálogo, con resumen de contenido de cada carta (¡a veces el resumen de una postal es mas extenso que el item que lo generó!). Si se tiene en cuenta que esa correspondencia arranca de 1906 y llegará hasta 1986, el fallecimiento de Pedro Sainz Rodríguez,  resulta que uno puede recorrer dos tercios del siglo  XX desde una perspectiva bien peculiar, como así es: las primeras entradas del epistolario remiten a Vicente Aleixandre, Julio Cejador, Eduardo Hinojosa.... El epistolario se espesa golosamente a partir de 1916 (Adolfo Bonilla, Luis Morales Oliver, José María Pabón, Miguel Artigas, Enrique Lauente Ferrari, Ángel González Palencia, Manuel Azaña, Zacarías García Villada...). Nótense, por ejemplo, las referencias de 1919: Elías Tormo, Luis Jiménez Asúa, Pedro Salinas, Ángel Herrera Oria, Ángel Valbuena, Juan Hurtado, Fidelino de Figueiredo, Ernesto Giménez Caballero, entre otros. Y así sigue durante medio siglo: impresionante herramienta de conocimiento e investigación de nuestra vida cultural. He hecho algunas calas, sin embargo, que me han llamado la atención, tanto por su ausencia como por sus peculiaridades (no está, por ejemplo, Bataillon). Supongo que todo este material se estará integrando en el gran proyecto sobre fondos epistolares que se lleva a cabo en la Residencia de Estudiantes, si no me equivoco dirigido por J.C. Mainer. También lo veré.

No quisiera dejar la breve reseña sin aludir al fondo Campomanes, que tuvo su catálogo, y sobre el que hay que dar el paso siguiente: ver con mayor detalle lo que allí se conserva, cosa que habrán de hacer los interesados en el siglo de las luces, y al que yo he acudido ahora para intentar cubrir alguno de los huecos que aun tiene nuestro volumen  de la Biblioteca de Autógrafos Españoles (el III de la serie), a punto de publicarse. En efecto, he corroborado que allí existe abundancia de autógrafos de Jovellanos (los hay por todos lados), Martín Sarmiento, el padre Isla, los dos Iriartes, etc. Y allí hemos encontrado una carta de Félix María de Samaniego, del que era sumamente difícil encontrar muestras, y que será motivo de estudio de un excelente investigador –al que alude el plural anterior–, Carlos Fernández (marcastipográficas.com).  
Perdido en el oceano de ese fondo, otro manuscrito quevediano más, ya daré razón concreta en otro momento, con la Perinola, la Carta al Rey Católico, El Chitón.... El hecho de que aparezca esta última obra manuscrita –no los tiene– querrá decir que es una copia de impreso, en todo caso sería copia temprana,  del siglo XVII, en limpio, por cierto, como se verá por la muestra que va a cerrar esta entrada. 
Habrá que volver a la biblioteca de la FUE.