Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 31 de octubre de 2012

La investigación en la Europa de los mercaderes. ¿Tiene riesgo mi prima?

La fotografía que acompaña a esta entrada ilustra los obstáculos del investigador que a cada visita que hace le piden fotos, papeles, carnés, etc.; puede que sea normal si uno traspasa continentes; empieza a ser más molesto cuando lo que hace es deambular por ese espacio común que llamamos Europa –la de los mercados y los bancos, ya saben– que no admite tarjetas identificatorias de otros países y sube las tarifas de teléfono en cuanto cruzas los Pirineos; curiosa comunidad, con franquicia para los ataques de las multinacionales; pero que pasa de castaño oscuro cuando el ámbito es el mismo país e incluso la misma ciudad. 
RAE

Ayer sondée horarios y condiciones para visitar las valiosas bibliotecas del Congreso y del Senado: no me servirá para nada mi carnet de profesor universitario –me dicen– tampoco el de investigador de la BNE, tampoco los de la Comunidad de Madrid, tampoco el de catedrático de universidad... Ninguno de los diez que le cité al ujier. Hay que hacer uno nuevo, con tres fotos tamaño carnet, exposición de objetivos y horario que no interrumpa los plenos y otros quehaceres de las señorías. Me plegaré a todo, porque lo que yo voy a ver no lo habrán visto, me parece, las señorías y es causa de fuerza mayor. ¿Es posible que tenga que volver a hacerme otro carnet de investigador y que no sirvan los antedichos y aún otros? Propongo que sus señorías en la próxima sesión plenaria en la que yo pierda mi tiempo sin poder entrar, rellenando papeles o buscando una máquina de fotos, se reúnan y voten una ley sencilla para que exista un carnet de investigador, europeo, y que declaren la guerra e invadan, cruzando Cataluña, a las potencias amigas –Francia, Italia, Alemania....– que no lo respeten.

RAH en la calle del León
Hoy por la mañana he estado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia y, claro, me he tenido que hacer tarjeta nueva de investigador –sin foto–; el próximo día me haré otra nueva, para el Congreso; y así seguiré coleccionando (expongo las que salen por los cajones a bote pronto, sin rebuscar mucho). Estoy por comprarme un álbum. He de apresurarme a decir que en la biblioteca de la RAE no me exigieron que me hiciera una nueva (¡viva!) y que me atendieron maravillosamente, bibliotecarios además competentes; lástima que la vieja, entrañable, acogedora biblioteca en donde antes se investigaba haya desaparecido y los investigadores bajen a los sótanos, aderezados, pero con olor temeroso. He preguntado lo que haya podido pasar con aquel otro lugar y me han dicho que es espacio para estas otras señorías. Malos tiempos para los investigadores, arrojados disimuladamente a los sótanos. Saldrá quintaesenciado y bienoliente lo que se investigue en los pisos de arriba; estaré atento.
Habrá una entrada en este "blog" para cada una de estas bibliotecas, con fondos maravillosos y personal muy por encima de las instalaciones, lo que es válido también para la vetusta biblioteca de la RAH.
Y ya, puestos a inquirir sobre estos extraños métodos y normas que rigen el destino de nuestro quehacer, el más inocente, implantados ¿por quién?, me pregunto, desbordado por la incompetencia, ¿tienen riesgo nuestras primas?
Un poco perplejo, después de haber gastado toda la mañana viendo manuscritos y dilucidando letras, me he ido a comer al figón de Quevedo –quizá el mejor de la zona–, bajo la lápida que dice que allí vivió don Francisco, en la calle del mismo nombre y frente a las trinitarias. No es del todo cierta la lápida, pero ya decía W. Benjamin –vamos a citar lo que todo el mundo cita– que uno recupera del pasado lo que puede y lo que le interesa, de modo sesgado siempre, que no hay otro modo. Don Francisco vivía en posadas y comía en figones madrileños, a veces iba a casa de su hermana, que vivía en la calle de la Madera.
En próxima entrada, para hacerme perdonar estos escarceos fuera de la Filología, daré una relación de manuscritos quevedescos en la Real Academia de la Historia, incluyendo autógrafos y libros suyos, cosa que creo que no se ha hecho.
Termino con una flor, para seguir endulzando: una anémona híbrida, todavía así de rozagante.




martes, 30 de octubre de 2012

Castañas y aceitunas

Capitulo / De como sean de cojerlas azeitunas / y a dobar las q fuerenezesario / 
Cuandolas azeitunas estanya / bien granadas todas tienen azeite y / asi q todas las qse cayeren delas di / chas sean de Recojer y guardar para cu/ ando se Recojieren todas las demás y/ seiziese azeite con ellas y entonzes sean/ dejuntar vnas con otras = Las azeitunas / berdes q estan zercanas amaduras tie/ nen mejor azeite q las ya maduras pe/ ro notanto como las q ya lo estan= / las azeitunas que sean de casa para guar/dar y comer sean de cojer delas qestan/ bienllenas y cuando yaestan maduras / o zercanas ama duras las q sean de gas/....

[Versión paleográfica del arranque del capítulo sobre las aceitunas y su modo de adobarlas, abajo; el transciptor duda mucho en cómo leer cuando transcribe "casa"]

"Capítulo
De cómo se han de coger las aceitunas y adobar las que fuere necesario.
Cuando las aceitunas están ya bien granadas, todas tienen aceite, y así que todas las que se cayeren de las dichas se han de recoger y guardar para cuando se recogieren todas las demás y se hiciere aceite con ellas; y entonces se han de juntar unas con otras. Las aceitunas verdes que están cercanas a maduras tienen mejor aceite que las ya maduras, pero no tanto como las que ya lo están. Las aceitunas que sean de casa para guardar y comer se han de coger  de las que están bien llenas y cuando ya están maduras o cercanas a maduras, las que se han de gas...."
[Versión moderna]


Su tiempo es, aunque el de las aceitunas, según la región, puede alargarse hasta navidades o terminarse mucho antes. Las ilustraciones que van a acompañar a esta entrada proceden de un manuscrito, en lo que se me alcanza nunca utilizado, inédito, del que he seleccionado y transcrito la página que dedica a las castañas y las páginas en las que comienza a explicar cómo se trabaja con las aceitunas. Y emplearé estas últimas como ejemplo sencillo, para mis alumnos del máster en la UAM, de cómo se han de tratar estos textos, los que vienen escritos a mano, los de los manuscritos, con el acicate, por demás, de la golosina del texto, ya que la mitad de los alumnos son extranjeros.





Para que no todo sea gris y negro, ejercicio abstracto, cierro la entrada con esa evocadora foto de un otoño que no es frecuente ver en nuestros pagos urbanos, mesetarios: me la ha enviado un buen amigo –y poeta: se nota en el color de las hojas– cuyo otoño es así de deslumbrante.


domingo, 28 de octubre de 2012

Homenaje a Jaime Moll


En una de las bibliotecas que frecuentó y trabajó, la de Valdecillas, la biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, se presentó el libro de Homenaje a Jaime Moll, en un ambiente amistoso y grato en el que los asistentes superaron tristeza por la desaparición del maestro mediante la evocación, el recuerdo de sus trabajos y, quizá, el vernos todos reunidos confesándonos deudores de su obra. Presidió la sesión la directora de la Biblioteca –Marta Torres– y hablaron brevemente Julián Martín Abad y Víctor Infantes,  que habían promovido la publicación. 

El acto terminó con la exposición de dos jóvenes investigadores de la Complutense, que no llegaron a ser discípulos directos de Jaime Moll, pero que han trabajado –y así lo explicaban– en el campo filológico que él dejó tan bien elaborado. 

Sala de exposiciones de Valdecillas (UCM)
El libro ha aparecido en la editorial Calambur –allí estaba el editor, Emilio Torné– sin duda una de las editoriales más vivas actualmente y la que más ha cuidado el tema de la bibliografía, la historia del libro, la biblioteconomía, la investigación documental, etc. Y extraigo, sin enredar demasiado, una prueba sencilla para rodear al libro de homenaje con otros armónicos de la misma colección.


Durante mucho tiempo en los últimos años he coincidido con Jaime Moll en la BNE: él pasaba por al lado de mi pupitre 30 –sala Cervantes– y nos parábamos un momento; casi siempre era algún motivo bibliográfico: me entregaba puntualmente las colaboraciones que concertábamos para Voz y Letra, revista que dirijo y en donde han aparecido dos o tres de sus últimos trabajos (por ejemplo sobre La Celestina); me ayudaba en las cuestiones más peliagudas del Diccionario Filológico, fue él quien me suministró datos preciosos sobre Lope, Villamediana, Góngora, Salas Barbadillo.... En el caso del Guzmán de Alfarache, que redactaba uno de mis doctorandos –Javier Manchón– se implicó mucho más, pues iba a realizar un viaje a Estados Unidos –donde reside una de sus hijas– y quería hacer una escapadita a Yale, para ver un ejemplar que tenía bajo sospecha. Y así fue: hizo el viaje, la escapadita, vio el ejemplar, que le corroboró sus sospechas y me pasó todos los datos, que aparecen integrados en la entrada de Mateo Alemán. Un último detalle, no quiso aparecer como firmante de todo aquello o, al menos, cofirmante: hubimos de ponerlo discretamente en nota.
Las charlas fueron algo más complejas en los casos de El Buscón y de El Lazarillo. Cuando aparecieron los primeros papeles sobre El Lazarillo, me encareció que le mandara un abrazo de reconocimiento y enhorabuena a Mercedes Agulló, como así hice; yo le hablé de las pistas que Mercedes podría seguir –ella las sabía, de todos modos, otra cosa es que las pudiera seguir desde su retiro y en su condiciones.
En el caso de El Buscón fue más lejos, al mostrarme –todavía no lo he utilizado, creo que solo como alusión en una reseña que va a salir en la NRFH– las manipulaciones de los impresores introduciendo morcillas para completar espacios de página. Todo muy interesante.
¿A quién acudir ahora? ¿Cómo llegar a obtener entre nosotros el riguroso conocimiento que le permitía con una primera ojeada discernir si la edición de las Novelas ejemplares de Cervantes era auténtica o una piratería más de Lira, en Sevilla?
He dejado de ocupar el pupitre 30 de la Sala Cervantes, pues voy cambiar, obligatoriamente, de hábitos y vida académica en un par de años. Este año no he podido charlar ni con Fradejas ni con Jaime. Aunque no sea lo mismo, acudiré a sus libros para corregir mis errores.



sábado, 27 de octubre de 2012

China destruida...., con su flor





viernes, 26 de octubre de 2012

La jornada del saxo



Por la mañana y bastante pronto; los que entonces cruzan el Retiro suelen ser deportistas con vocación, que se dan la carrera o hacen la tabla antes de ir a trabajar, tropillas de jardineros que van a su labor, algún afortunado que ha de atravesarlo a esas horas.... pocas veces pasan por delante de esa esquina del lago, donde suena el saxo, tan pronto, y pide desde el suelo unas monedas un músico, un hombre mayor, probablemente extranjero, emigrante. Y lo que suena se tararea y anima el paso: canciones parisinas, boleros, algún recuerdo a melodías de cine, jazz algo ramplón.... Todo suena aceptable y sirve para sostener ese sol limpio que de madrugada se despereza con las ramas doradas –finales de octubre– en el Retiro.
Vuelvo a atravesarlo diez horas más tarde –hoy he tenido que trabajar en la biblioteca de la Real Academia Española, y luego anduve buscando colores en el Botánico–, por el mismo camino: el sol ha cambiado de postura, deambula más gente, se han ocupado algunas barcas... ¿es posible que vuelva a sonar el mismo bolero, con el sonido del saxo, en aquella misma esquina del lago? La crisis va a reventar a este músico callejero –ya estaba por aquí el año pasado– que necesita de jornadas de más de diez horas para poder mantenerse, para alcanzar el salario mínimo de algún bocata, un techo, un pitillo, un café para resistir estas nuevas condiciones de trabajo. 
"Quizá, quizá, quizá".



miércoles, 24 de octubre de 2012

"Voy al botánico. No quedan flores...."


plaza de los pensamientos
arces

Voy al Botánico. No quedan flores,
los arces todavía no han dorado;
es el momento de mirar las hojas,
modo de ser de lo que se ha quedado:

las peonías, romeyas y catalpas,
sus formas y figuras, sus trenzados,
las venas que recorren el envés,
suave color de otoño tamizado;

he ido a la plaza de los pensamientos
algún recuerdo allí dejé plantado,
con tanta sombra nada floreció,
este rincón parece abandonado.

Vuelvo al paseo del jardín que todos
cruzan deprisa y sin mirar, despacio.

romeyas (Romneya Coulter.))
Brunnera macrophylla 



Biblioteca del Museo Naval y otras del Ministerio de Defensa

Escalera principal del edificio
Los trabajos de campo y la cabeza de Quevedo me han llevado a dos bibliotecas del Ministerio de Defensa y, de ellas, al directorio de las muy numerosas e importantes bibliotecas de defensa, que son las que se enumeran aquí íhttp://www.portalcultura.mde.es/Galerias/publicaciones/fichero/RedBibliotecas_2009.pdf
lugar desde donde es posible ver ficheros y contenidos, aunque no exhaustivamente.

Entrada a la biblioteca central
Lo esencial ha sido visitar directamente dos de las que más me interesaban, a juzgar por las calas que había venido haciendo, la Biblioteca central del Ministerio de la Marina y la biblioteca del Museo Naval. Es probable que yerre en las denominaciones. Las dos se encuentran en el mismo edificio, a una se entra por la calle Juan Ruiz de Alarcón (la central) y a la otra por la calle Juan de Mena (la del Museo); en las dos me he encontrado personas de extraordinaria amabilidad y excelente disposición, que es la primera condición para que todos podamos trabajar a gusto. En la del Museo, que tiene el fondo antiguo más rico, sin duda, he recibido una información completa de Pilar del Campo, que me ha señalado además circunstancias, lugares y métodos que me serán de gran ayuda para seguir completando el mapa de la investigación en Madrid.

Entrada a la biblioteca del Museo Naval
Luego, en las calas que en ambas bibliotecas he efectuado me he percatado pronto de la riqueza del fondo antiguo de la biblioteca del Museo, cuyos ficheros de manuscritos –por ejemplo– he comenzado a hurgar... con glotonería de investigador. La información era abundante y prometedora y la primera recolecta de fichas ha sido generosa, de modo que tendré que volver muchas más veces, creo. Por lo pronto, esa biblioteca necesita integrarse en la red de bibliotecas para la investigación (manuscritos de América, de viajes, cartografía, volúmenes de relaciones, libros de Fernández Douro, etc.) La parte impresa me señalan que se ha integrado en Patrimonio; y la documentación de archivo –quizá menos interesante en el terreno filológico que en el histórico– se está centralizando. Quizá no sea muy preciso en estos rápidos comentarios, porque la información general y primaria sobre este lugar de investigación está a punto de salir impresa. Y en esos momentos volveré sobre el tema. Bienvenida sea esa información.

Sala de consulta y lectura de la Biblioteca Central


El acceso, controlado, claro, es sencillo, el personal sumamente amable, y el edificio es una mezcla de la aparatosidad de la arquitectura de los años veinte del siglo pasado y de su posterior renovación y ampliación a finales del mismo siglo. Para acceder a la biblioteca central, se asoma uno a la impresionante escalera de luminarias abiertas, frente al portalón de hierro que da, imagino, a la calle Montalbán (está cerrado, se ve desde dentro). Las dos salas de consulta de  ambas bibliotecas son modestas –más antigua, la central– pero suficientes para el usuario; lo que no podemos decir en cuanto a catálogos, ficheros, etc., particularmente de la vieja biblioteca central, de depósitos y ficheros vetustos, a pesar de que en todos los casos se han iniciado procesos de catalogación rápida y de que las bibliotecarias continúan ejerciendo pacientemente sus tareas.

Casa de Galicia, con la placa de haber sido vivienda de González de Amezúa

El investigador terminó esa jornada agotado, con exceso de notas, apuntes y referencias; y buscó primero reparación debida en lugar grato, para lo cual bordeó el Prado y, después de observar que ya tiene placa la casa de Agustín González e Amezúa –la actual casa de Galicia– se encaminó al Botánico, primero al restaurante, donde una simpática camarera que se llamaba Bárbara –y a quien yo, naturalmente, llamé Barbolilla, en honor a Góngora y a otras cosas del corazón– me premió con un postre fuera de menú y de los que no puedo comer, lleno de golosinas, en vista de que no quedaban quivis, que es lo que yo había pedido, prudente y pacato. 

Y luego me fui a pasar la tarde al jardín Botánico, en donde leí La Farsa de la Costanza, de Castillejo, recién publicada; en esos momentos vino el rapsoda. Ya lo contará él.
Volví a cruzar el Retiro para volver. La verdad es que en esta zona de Madrid es impresionante la concentración de lugares que guardan interés artístico e histórico, y no solo por el Prado, Caixa Forum, Thyssen, etc. A pocos metros, las bibliotecas objeto de esta entrada, la de la RAE (tengo que ir, parece ser que ya se ha catalogado el fondo Rodríguez Moñino), el AHPM, la Biblioteca del Prado (en el Casón).... Está bien que El Retiro nos reciba con esas escaleras florales, para aliviar trabajos. Por cierto, no hay noticia de la cabeza de Quevedo: tendré que ir a la Biblioteca del Senado y hoy era mal día, había manifestación porque se iban a aprobar los presupuestos, en el Congreso, y a discutir con los catalanes, en el Senado. Cualquiera pregunta a las señorías si saben algo de la cabeza de Quevedo que esculpió Alonso Cano.


martes, 23 de octubre de 2012

La vida con su estrambote


Llenan la habitación oscura de untos,
de toallas, pomadas y cortinas,
no hay chicas libres si no llegas pronto;
la noche de los viernes es mal día;

entran, se dan un beso desganado,
dicen su nombre, esconden su fatiga;
aparentan tener cualquier edad,
suelen desnudas ir o mal vestidas;

si no lo has preguntado, te recuerdan
los servicios para que bien elijas;
el cliente se acomoda a lo que tiene,
al fin y al cabo todo es mercancía,

Con la crisis que a todos acorrala
tiempo hace que no suben las tarifas.

Unos y otros resisten como pueden
el estrambote absurdo de esta vida.




La casa del lector (Madrid)



La semana pasada se anunció, a bombo y platillo, la inauguración –realeza incluida–, de La casa del lector, en el centro cultural El Matadero, de Madrid. Con ese título, allí que me fui el sábado, a ver qué era eso. Bajé además el Paseo de las Delicias, que hacía mucho que no recorría, el viejo camino de Madrid al río y al sotillo, ocupado ahora por un barrio próspero, como son algunos barrios de Madrid, castigado por edificaciones apiñadas, constructores avarientos y ayuntamiento permisivo, con algún remanso que puede todavía sentirse aludido por el nombre, como los ensanches de la plaza de Luca de Tena, hasta llegar a las explanadas del Matadero que, esas sí, se abren sin agobios, porque se dejaron como estaban y se acomodaron para otros menesteres, Menos mal, porque eso es lo mejor que allí se encuentra uno: el espacio, el espacio abierto y respetado, tratado para que siga siendo y no para amontonar cosas. En algunos casos –muy pocos– los árboles, los plátanos de sombra, doblan en altura a las fachadas de las casas, delicia, esta sí, que poquísimas veces ocurre en Madrid y, en general, en las ciudades comidas por las inmobiliarias. Hice la foto correspondiente, porque además en la fachada había una simpática peluquería china (¿trilingüe?).

Plaza de Luca de Tena


Luego, el Matadero ofrecía muchos paseos, rincones, sitios.... de actividades muy difíciles de adivinar (talleres, cinetecas, salas con Wi-fi, una explanada con terraza y dos extraños artilugios mecánicos (en una de las fotos).... y la casa del lector, pues a lo que parece tiene muchas aulas (asientos con pupitres en alineaciones horizontales), por el momento vacías, un enorme parque infantil, una extraña exposición de objetos y cuadros relacionados con el mundo del libro y las letras, en el que se prodigan las citas de Borges. 


Me volvió a parecer lo más interesante el espacio mismo, la blancura de vigas y paredes, el ver lejos, arriba y abajo, una especie de enorme edificio para jugar al escondite, probablemente para que los niños jueguen. No entendí su función, si es que su función era museística. Luego vi que en otro sitio cercano había un teatro (se representaba un Chejov modernizado, dependía del Teatro Español) y, muy típico de estos centros españoles, un goloso bar lleno de gente.

Cuando salí de ver unas y otros edificios y naves –no me dio tiempo a ver todos– se había hecho de noche y los edificios se habían iluminado de rojo. Pensé que el paseo hasta allí y el deambular de un lado a otro, curioseando, había sido grato, aunque la conexión con la lectura resultase extraña. Quizá irse allí a pasar la tarde leyendo....