Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 31 de enero de 2011

Pruebas de imprenta y Pérez de Moya

No se conocían, en lo que se me alcanza, manuscritos de Pérez de Moya, el polígrafo de finales del s. XVI cuya Filosofía secreta encandiló a todos los que habían caído en las redes de la mitología y cuyas obras de matemáticas, geometría, astronomía, etc. se siguieron reeditando hasta bien entrado el siglo XVIII (Sancha edita todavía algunas). De su obra impresa se ha ocupado con autoridad y competencia, entre otros, Aurelio Valladares (a quien se debe la entrada en el DFLE, por ejemplo); existe una edición actual en Turner, por Consuelo Baranda.


Voy a dar noticia, ahora y sin embargo, de un hermoso manuscrito, en donde está, con autógrafos innumerables, la mayor de todas sus obras preparada para la imprenta, y que tiene valores múltiples, uno de ellos, precisamente, el de haber conservado trámites, marcas, etc. necesarias para el proceso de impresión. El manuscrito, cuya envergadura puede apreciarse en la instantánea del MAC, es el 19301, y se puede consultar microfilmado en la BNE, ya que se mantiene desvencijado y con ciertos deterioros que, sin duda, aconsejan que se mantenga fuera de consulta. Las fotocopias que han dado lugar a mis ilustraciones proceden, obviamente, del microfilme.


Se titula en la primera hoja Obras del Bachiller Juan Pérez de Moya en que se tratan cosas de Arithmerica y Geometría. Y Anatomia y Cosmographía y Philosophia Natural.


Aparece luego la aprobación del doctor Segura, catedrático de matemáticas de la Universidad de Alcalá de Henares, fechada en 1571, que es la misma de las que siguen. La obra se imprimirá en Alcalá de Henares, por Juan Gracián en 1573, con 752 págs.


El tocho –merece el nombre– son los volúmenes preparados para la imprenta, con todo tipo de marcas de los impresores, al tiempo que prolijamente enmendados y corregidos de mil maneras distintas, desde la tachadura y nueva escritura (interlineal, marginal, etc.) hasta por la adición de papelitos pegados con el nuevo texto: es un diccionario de correcciones. Después de la “muestra hazer reloxes con agua o arena”, termina en la p. 1424 de la numeración moderna con las firmas reglamentarias de Juan Gallo de Andrada, Miguel Gort y la del propio Pérez de Moya. La BNE guarda dos ejemplares: R. 31784 y R.11335.


Las páginas que reproduzco son suficientemente explicativas de su complejidad, contenido, trámites legales, intervención directa del autor, etc.
El manuscrito es una joya para el estudio de la impresión en España a finales del siglo XVI. Hay algunos más, pero no es fácil encontrarlos en la marea de manuscritos, porque no suelen llevar marca de recuperación. Por ejemplo y cercano a esa fecha puede verse el ms. 19311, la Primera parte de la Historia Eclesiástica de España.... por frey Juan de Marieta, dominico “natural de la ciudad de Victoria”, cuyas aprobaciones son de 1591.





domingo, 30 de enero de 2011

Jardines impresionistas

Jardines impresionistas. Dicen los críticos de ahora que los museos apuestan por el impresionismo porque la respuesta del público es siempre positiva, febril casi, entusiasta desde luego. Y como puede que la crisis se haya extendido a presupuestos de centros culturales, el impresionismo reaviva la afluencia de público, la publicidad, las arcas.... Y ahí me he ido con esa corriente entusiasta de público a ver jardines impresionistas en el Thyssen, en una de sus sedes, pues en la de la Plaza de San Martín estuve hace poco; y después de cruzar el Retiro, el Prado anunciaba en su fechada a Renoir. No damos a basto; y no damos a basto con los impresionistas.


El impresionismo como resultado del asentamiento de los gustos burgueses a finales del siglo XIX. He ido acompañado de un churumbel de ocho años, por eso la dosis ha sido mínima; y le he dejado un poco a su aire entre la gente, tanta que casi no se podía ver con tranquilidad nada. No está muy determinado el chaval –espero– por los gustos burgueses de su educación ni de la de las gentes que le rodean, y sin embargo ha disfrutado con algunos cuadros, particularmente con un Van Gogh y algunos Gauguin. No puede ser este un lugar adecuado para una teoría estética, ni siquiera para un tratadillo del gusto; pero dado que en prensa, semanarios y demás se puede emitir juicio radial sobre este tipo de exposiciones, obras y autores, yo creo que, al mismo nivel, también puedo hacerlo. Me ocurre igual con los productos llamados literarios, particularmente cuando por ellos asoma algún vestigio de –vamos a llamarlo– romanticismo, lirismo, preocupación formal, etc. A moro muerto, gran lanzada. Y sin embargo, con qué placer todavía y aún contrastan muchos de mis alumnos su travesía humana con aquellos productos; lo diré de otra manera: cómo buscan en los productos llamados artísticos los ingredientes que les afectan íntima, personal y socialmente. El cumplido análisis de lo que es un elemento discursivo en una formación social deformada por los intereses de clase, la conciencia clara de que así puede ser, incluso, no borra los efectos “positivos” de aquel discurso sobre los individuos y sobre la sociedad. Y los impresionistas, que miraron lo que miraron y cómo lo miraron, contienen principios de armonía, ramalazos de consistencia, pulsiones que nosotros sospechamos que no todas se deben al imparable ascenso de las clases burguesas.

Y todo esto, no hay que preocuparse, no se lo expliqué al churumbel de ocho años. Por el momento no pensé que ya había desarrollado una malformación ideológica de raíces profundas; simplemente pensé que recibía impulsos espontáneos de muy diverso signo, con cuyos mimbres iría tejiendo su formación.

Romancillo noticiero: "Romance que a destiempo...."

¿Qué se puede dejar para emprender
te vienes a cantar:
siempre de otro la ausencia
y mía la soledad;
romance de voz ciega,
que nadie escuchará;
ecos del corazón
que no sabe cantar
sino lo que le falta,
lo que dejó detrás
y grabó sin saberlo
huellas con que soñar.


Costumbre es la que se usa
de sentir y guardar
la lumbre de los ojos
que hirieron al pasar;
la luz que trazó estelas,
las dejó sin borrar,
abrió en el pecho nidos,
y sembró soledad;
que de todos los días
la tarea es de amar,
oficio bien extraño
al que no escaparás;
nadie nos lo enseñó,
por todo el mundo va
buscando los rincones
donde ser y medrar
que con el viento siembra
que crece sobre el mar.

Tiempo, muerto de risa,
se ha venido a cantar:
“Está bien lo que dices;
es todo eso verdad;
mas yo voy a mi paso,
no tengo marcha atrás”.

sábado, 29 de enero de 2011

Libro de sonetos: "A veces a destiempo sin que sepa..."

certezas

a veces    a destiempo     sin que sepa
o quizá     cuando vuelve     mientras tanto
surge     llega     atraviesa     queda    marcha
aparece    por qué si    entonces     cuando

deshace    lo que dudas     si querías
y se llega   a doler     se llega a tanto
que es verdad   lo que     siempre    no encontrabas
mentira    lo que nunca    habrás logrado

a veces   alguien    cerca   quizá    dijo
y otras fue     que el silencio    se ha cansado
sin que puedas   pedir    que te comprendan
solo es cierto    lo que ya    habrá pasado

y luego    tú    a mis ojos    asomada
todo  al fin    estará    mucho más claro


17 y una trompeta

No sé si es de mal gusto o no, pero los conté; los conté, a modo de comprobación fehaciente, para poder tener el documento fiel y para que el dato me sirviera como huella de la evidencia: entre mi casa y la Biblioteca Nacional, veinte minutos andando a buen paso, había diecisiete personas mendigando, pidiendo, vendiendo la farola.... incluí en la relación, después de pensarlo, a los repartidores de hojitas con “Compro oro” y similares.
En esa nómina entraban algunos ya bien conocidos, supongo, por todo el barrio: el africano que se sienta acurrucado y mueve la mano con el gesto de comer, mientras farfulla eso precisamente, algo relacionado con la comida; el señor mayor que se acomoda al lado de la carnicería de Narváez en un taburete plegable y mueve la mano, haciéndola temblar, con un platillo en el que suenan algunas monedas; la jovencita rumana que toca el acordeón al lado de la heladería, ahora cerrada, y que te da los buenos días, sonriente y agradecida, cuando pasas, obligándote a contestar; el caballero anciano, aseado, silencioso, que se apoya en la pared de la calle Goya y enseña un cartelito, discretamente.... Diecisiete. Algunos son muy peculiares, particularmente el hombre que se coloca en el semáforo de Doctor Esquerdo con Sáinz de Baranda, que tiene toda una corte de damas con las que mantiene largas conversaciones y a las que ha debido empezar a hacer encargos (que si el carrito de la compra, que si la vez...); el mendigo con barbas que se sienta en un banco del bulevar, delante de un supermercado, y que vive y duerme en él, sea invierno o verano, que pocas veces se digna pedir, a lo más deja un trapo con monedas en el suelo; el trompetista en la esquina de doctor Esquerdo, cerca de la boca del metro.... Diecisiete.


El oficio del trompetista es admirable. Permanece sentado, apoyado en la verja de atrás, deja a un lado, abierto, el maletín forrado de rojo de la trompeta, con las monedas de reclamo, y toca la trompeta con energía y con gracia, ininterrumpidamente. Toca bien. Las primeras veces me fijé en él, pero con la insensibilidad de lo que ya hemos visto y hemos aprendido a colocar entre paréntesis, no le di mayor importancia, mendigos y más mendigos, uno más, que ha desempolvado o traído la trompeta, el acordeón, la guitarra, la flauta, la voz.... que alguna vez le celebraron o con el que se divertía en su lugar o con su familia; ahora esa habilidad tiene que darle de comer.
En otra ocasión ya me llamó la atención encontrármelo muy temprano, antes de las nueve, en su puesto, tocando la trompeta, siempre tocando la trompeta en el mismo lugar; y cuando hace unos días llegó la ola de frío, con temperaturas bajo cero, desde por la mañana, y luego al mediodía y cuando se hacía noche: me encontraba al trompetista en aquella esquina, tocando la trompeta. El comentario peor que se puede hacer es el de que aquella esquina es muy buena para lograr limosnas –que a lo mejor lo es–; la verdad es que al cabo del tiempo lo que constatamos es que hay una persona adulta, bastante mayor, de color (¿dominicano?), que vive en una esquina de doctor Esquerdo, y cuyo oficio, el que él se ha dado para sobrevivir en nuestra sociedad, es el de tocar la trompeta todo el día, sea cual sea el tiempo, la hora, la gente que pasa....

Hoy llovía, llovía bastante. La gente pasaba muy rápido; confluían en la boca del metro y en las dos o tres marquesinas cercanas de autobuses; nadie miraba, ni se detenía, quizá nadie escuchaba nada de nada....; paraguas, lluvia, el incesante ruido de coches. Al fondo, fuerte, templada y bien acordada, sonaba una trompeta, continuamente, una trompeta.

viernes, 28 de enero de 2011

La primera cena

La primera cena

Yo me bebo tres copas más de vino
y tú te desabrochas la camisa,
nos quitamos los dos las gafas luego
y yo pierdo en tu cuello una caricia;

haces como que no te has dado cuenta,
sin embargo tus ojos grises brillan;
resultará un desastre el primer beso
si no me ayudas y hacia mí te inclinas.

Sin duda te he besado hacia la oreja,
tu has debido cebarte en mi mejilla;
eso tan suave creo que era el bolso;
lo que sentiste duro, mi rodilla.

Esta cena nos va a matar; ¡cuidado!
Se me ha caído al suelo la lubina.

El placer del libro: el libro antiguo


Me gustaría dar a conocer dos publicaciones recientes –recientísimas– que han investigado autores y obras clásicas, ahora desde el punto de vista de la publicación, la impresión. Mariano Quirós lo ha hecho con el Francisco de Osuna, en Francisco de Osuna y la imprenta (Catálogo Biobibliográfico); Salamanca: Ediciones Universidad, 2010. Trevor J. Dadson con las poesías de los Argensolas en Historia de la impresión de las Rimas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola, Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2010.
Dos investigadores de prestigio sobre nuestro mundo clásico.


En ambos casos se trata de dos campos de investigación complejos, que necesitaban de este tipo de trabajos, que terminarán con la edición más correcta de textos clásicos. No es, sin embargo, esa su única función, pues el estudio de la tipobibliografía clásica en España, aunque hoy con nombres muy prestigiosos (Jaime Moll, Mercedes Fernández Valladares, Julián Martín Abad, Víctor Infantes....) nunca ha encontrado la estabilidad y el prestigio que, por ejemplo, los referidos al mundo anglosajón; y es un área de trabajo que, naturalmente, se expande hacia la historia, la historia de la ciencia, el conocimiento y el control del patrimonio bibliogáfico, las bibliotecas, etc. En otras palabras y para ser breves: estudios necesarios absolutamente en un país donde todavía arte, cultura y demás constituye nuestro mejor tesoro histórico.



Collige, virgo, rosas

Las cosas van como la vida misma:
complejas, insufribles y gozosas;
a la buena de dios las lleva el viento;
a ver quién es el guapo que controla.

Hoy, verbo y gracia, he recibido un mail
de maría, que todo se cuestiona:
no sabe si estudiar arte en australia
o en salamanca descubrir la historia.

Tanto clamor y confusión de vida
parece que a la gente le desborda;
mas los días del tiempo están contados
y a ella la juventud se le amontona.

Consejo de quien va de retirada:
gasta la vida, sé muy generosa.

El País, Echevarría, el tabaco, la verdad....

Las notas en los cuadernos de pantalla, como este, se benefician de la necesaria concisión que las trae desde sistemas y digresiones, y se malefician de que, a veces, la argumentación resulta escasa. En lo que sigue, verbo y gracia, quisiera matizar de nuevo y aun más conceptos que resultan clave y que atañen, no solo a mi campo de actividad –qué más daría– sino a la labor docente y al necesario ejercicio de conceptualización que intento limpiar, esclarecer, mover de cara a alumnos, discípulos, clases, etc., ya que, cuando salta a “opinión” y se difunde por los llamados “medios”, pongo por caso, con el aura de la autoridad que a veces va pegada a nombres y discusiones, puede llegar a confundirles de muy mala manera.
Así ocurría con la famosa distinción arte/realidad, de lo que fue cuestión en  la página que se cita abajo, y que intenté explicar de manera más profunda, es decir, con mayores implicaciones sociales, una vez que la distinción, ejemplificada en dos o tres casos sonados, se había hecho en un laboratorio que dejaba fuera demasiadas cosas. Recuerdo que la discusión ya se había planteado –socialmente– con una novelista a la que se acusaba de “violencia de género” por lo que contaba y cómo lo presentaba en una de sus obras; recuerdo que volvió a levantarse la polémica a propósito de Sánchez Dragó y sus efluvios hacia las jovencitas; y recuerdo haber aireado entonces –por acudir a ejemplo por antonomasia– el caso de Sancho Panza, que se creía todo lo que estaba impreso. Podríamos encargar unas cuantas tesis para historiar este lugar común.
Me salta ahora y nuevamente la polémica a propósito de un artículo de El País sobre el tabaco, del juego de réplicas, de la intervención de la propia redacción del periódico a partir de la defensora del lector y de la recolecta que –es lo último– leo hoy de Ignacio Echevarría en El Cultural de El Mundo. Al menos hemos ido progresando: del ingenio que no se merecía el hueco en el periódico, a los lectores que comulgan con identificaciones que no hubieron de hacer, réplicas del autor, que se ve que tampoco tiene muy claro el campo, hasta las argumentaciones “oficiales” del propio periódico que muestra, una vez más, la ínfima calidad de uno de nuestros periódicos de mayor alcance, El País, que es lo que, si llega a lectores poco avezados, puede causar mayor daño y añadir leña a un fuego que solo ellos han prendido.
En resumen se trata de no confundir al autor con lo escrito, siempre que se dé una situación que se puede definir como “literaria”, es decir, con posibilidades de añadir elementos ficticios: lo cual nos permite ir a ver películas policiacas, por ejemplo, sin encerrar en chirona a su director o a su guionista.
El rapapolvos que Ignacio Echevarría atiza a la mediocridad de El País, en este aspecto,
es más que razonable y hubiera podido ser espectacular, pues la sobredicha defensora termina por una melopea apoteósica que es todo un paradigma de la ignorancia. Tampoco se puede esperar mucho de los montajes de Francisco Rico, mi simpático colega, buen historiador de la literatura, pero que cuando saca los pies del plato no alcanza a decir mucho más de lo que los textos dicen. Tampoco es su función, digamos en su defensa.
He de insistir por tanto en lo que decía en:

En donde por lo demás terminaba con “ya seguiremos (y esto es lo que sigue), después del párrafo final:
La libertad artística que se proyecta desde la imaginación produce un resultado a modo de “hecho artístico” (en realidad “discurso”, pero bueno), que se origina y va a una determinada formación social en donde va a cumplir una función “real”; es competencia del artista no solo la creación de aquel objeto sino la valoración en términos de conducta –indivual, social, histórica, etc.– de su impacto. Resortes y resultados de la creación son raseros adecuados que pueden intervenir en el proceso.
En aquel lugar se explica con más detenimiento. Aplicado a nuestro caso, cierto es el paradigma que separa arte-ficción de lo que no lo es, pero no produce los resultados que el autor del artículo –Rico, por ejemplo– presume, ya que cualquier obra –y las de arte también, desde luego– pasa a ser “objeto real”, valga la paradoja, y a integrarse en la formación social del momento. No hay que rasgarse las vestiduras por la reacción de lectores, a los que hay que razonar correctamente: no vale con señalarles como ignorantes.

Antiguos versos de amor y sus consecuencias

Se ha quedado el lugar donde pensaba
como el agua serena que recoge
los colores del cielo y los tamiza,
los refleja, los mueve, los esconde;

donde pensaba cuando tú llegaste,
pensaba el mar, miraba el horizonte,
te he entregado lo que ya no iba a ser,
déjame ahora que al pasar te roce,

que abrace tu figura con mi niebla
y detenga un momento este derrroche
de silencio y quietud que son costumbre,
y respirar tu luz  sin que lo notes.

Quieto el lugar que nada más pensaba;
y me quedaré a ser lo que me nombres.

jueves, 27 de enero de 2011

De por qué no existe la Literatura (Silva en homenaje a mis alumnos de la UAM durante este curso 2010-2011)

Hace ahora unos cien años
que se perdió definitivamente
la costumbre de escribir y decir
lo más difícil
–que habitualmente coincidía
con lo más emotivo–
mediante una musiquita verbal
que la tradición mejor aceptada
venía denominando poesía en verso.
Hubo de ser la pérdida porque el artilugio,
gastado y vulgarizado, ya no servía
para decir nada de nada,
gorgoritos, exabruptos sociales,
caprichitos de enamorados,
depresiones de adolescentes y de inmaduros....
eso acabaron por ser finalmente
aun cuando se los engalanara con los fastos
antojadizos de la distorsión,
recogidos en los rincones,
en lugares no frecuentados, que llamaron
vanguardias.
Y el caso es que desde mucho antes,
en nuestra sociedad,
por lo menos durante quinientos y pico de años,
se creían, cada vez que se sometían
a tamaño ejercicio de pericia
verbal y rítmica, que hacían algo distinto
a hablar, a emplear palabras,
pues eran palabras concertadas, que al fijarse
de manera peculiar se les confería
una cierta cualidad y valor
de permanencia, como si pasaran a ser
perlados privilegios de memoria,
para reproducirse sin esfuerzo,
de lo que se deriva imitación
en fórmulas parejas, sobre las que,
los más afectados por aquella propiedad
–que en principio poseían naturalmente–
se lanzaron a meditar y produjeron
el primer desarrollo de una nueva
disciplina, que vamos a llamar preceptiva,
que así entonces y aun mas luego se llamarían
hasta llegar a rodríguez pequeño
y albadalejo, entre otras derivadas.
Curioso era como algo que en rigor no existía,
más que cual distorsión o acendramiento
y variedad de la lengua común natural,
desarrollaba de ese modo
a su lado un nuevo campo, lo que hoy llamaríamos
una ciencia auxiliar. Nada sobre nada. Nada.
Hábito es de la humanidad
ese juego de vientos en el aire,
las más de las veces como materia consciente
o incoscientemente interesada. Pero aquella
nada envenenó el prurito desarrollista
de la humanidad, engatusada, hasta feliz,
creyendo que podría obrar
como le diera la real gana
empleando aquella facultad natural del habla.
Hasta tal punto esto fue así, que a poco
tiempo se convirtió en quehacer de todos,
y vinieron los distingos, las clasificaciones,
modalidades y los demases. Era la era
en que las definiciones se daban por buenas
con poco temor de dios, al que muchas veces
se referían, en último término, como
inexplicables en los ámbitos de un feroz
organicismo, con sus resquicios y fronteras,
bien es verdad. Ha llovido cien años
desde entonces y aun aun no hemos establecido
las bases de este tinglado que da de comer
a nuestros profesores de literatura,
que van y vienen y recitan versos
endecasílabos de Garcilaso,
hablan de la estructura de la novela antigua
y se entregan a otras diabluras inconsistentes,
de poco fiar, que en los planes de estudio
–que suelen ser los planes
de integración de descarriados en cajoncitos
de pensamiento controlado–
se organizan según los intereses domésticos
de un gentío desmesurado,
al que se llama profesores,
gente por lo general gris,
mediocre y de poco valer
que compra corbatas de seda en los aeropuertos
y con su primer sueldo adquiere varios calzoncillos
de Calvin klein, gente que usualmente atrofia o pierde
la capacidad de hablar de modo natural
y espontáneo y que maldita la idea que tiene
de su campo de trabajo y sus competencias.

Volvamos empero a aquella lamentable pérdida
de intentar decir rectamente, 
que hurga que te hurga hemos alcanzado a convenir
que es cosa que viene con las palabras, esto es,
con los ruidos o garabatos
a los que encomendamos, debi
damente trabados: el proceso necesario
de la comunicación. Podríamos hacerlo,
comunicarnos también de otras maneras, cierto,
verbo y gracia
mirándonos a los ojos, tosiendo, llorando,
recitando con el dedo en la espalda
un corazón, como escribe maría,
gritando, haciendo señales de humo, con palomas,
poniéndonos una corbata con el pijama,
pero la comunicación
encomendada a las palabras
constituye un modus operandi
concertado y universal que caracteriza
a todas las tribus humanas;
goza de tanto prestigio como imprecisión.
Y la imprecisión es lo que envenena a los que hacen
versos, gente desesperada
que desde hace cien años
huye y huye sin acabar
de escapar para lograr decir algo
que no podremos explicar
porque entonces lo diríamos y es que no, que no.
Alrededor de esta angustiosa
situación de los hacedores
de versos, a veces llamados también escritores,
se ha venido a generar una industria especial,
como la de Lourdes, quiero decir, derivada,
basada en lo que no sabemos,
y la sobre dicha industria hueca ha generado
toneladas de productos que han servido para,
debidamente distribuidos y consumidos,
retroalimentar –como se dice ahora– al fantasma
de la literatura. A desarrollar cumplida
mente la creencia de que existe
una cosa que es la literatura, cuando en verdad
lo que existe es una actividad
histórica que hemos llamado literatura,
cosa harto diferente,
como voy a intentar seguir demostrando ahora
en este discurso, que tiene
la carencia de que va sobre palabras, contra
corriente, dificultades que habrán de vencerse
con una de las más nobles situaciones que
confiere carácter a la relación profe-alumno:
la de la docilidad. Yo te enseño discípulo,
amado, lo poco que sé cierto, y te presento
como duda todo lo que
no ha conseguido la certidumbre
en mi estimación; tú, caro discípulo, toma,
recibe esa doctrina conociendo
cuál es mi intención, no dudes de lo que te doy
te lo presento como objetivo y como cierto,
que Cervantes nació
en 1547 y que no hay tiza
en la clase.
Pero ay ay ay que ese concierto
exigiría que el llamado profe
estuviera seguro
de lo que sí y de lo que no
está seguro, de lo que opina y discerniera
entre lo objetivo y lo opinable, materia ardua,
con resabios ideológicos, que nos lleva a una
conclusión hiriente: a los profes
clasificables como de “de derechas”
les resulta muy complicado
cumplir su noble tarea, porque han asumido
mayor cantidad de verdades,
incluyendo las que andan
por ahí como opinables, discutibles, falsas.
Es mejor profe el escéptico,
el inseguro, el que me da que no,
el de vaya usted a saber, etc.,
retahíla que se suele ajustar –mas no siempre–
al llamado profe de izquierdas,
o dicho de manera más sutil,
al que tiene muy pocos dogmas en su magín
y aun esos estaría dispuesto a discutirlos
y a renunciar a ellos
si le convencieran con razones y discursos.

Pero decíamos que no,
“no existe la literatura”;
y entonces ¿qué es lo que me hace llorar
cuando leo una rima
de Bécquer? Imposible enumerar
el conjunto de rasgos
que nos ayuden a diferenciar
el volverán
las oscuras
golondrinas
del más coloquial “los gorriones ya están aquí”,
porque a cada motivo
que enumeremos, fácilmente
saltará el listillo y  dirá
que, si es estilo, está en el lenguaje publicitario,
infantil, y en el de los vicerrectores cuando
intentan ponerse estupendos;
que, si es el tema,
no hay modo de encontrar
los que son exclusivos de la literatura;
que si es la invención –el más sutil de todos– hasta
Hayden White convenció 
a los historiadores
de que ellos también inventaban cuando escribían,
y no sería nada difícil demostrar
la invención –en el contenido,  en el artificio,
en la presentación, el conjunto, etc.–
del Diccionario de la RAE o de las clases
en mi universidad de mis colegas
los lingüistas. Se escurre el concepto, que ha creado
una industria auxiliar y feroz, prestigiosa,
que embadurna la sabiduría de filósofos,
historiadores y críticos –la de los teóricos–,
que debidamente organizada, presentada
como logro, injertada
en el plan Bolonia, y demás
zarandajas, dará de comer a buena parte
de los humanistas de este país, de países
que se dicen desarrollados.
¡Pero hace falta la teoría!
me protestan de todas partes.
Claro, claro. En realidad
con “hace falta la teoría”
no dicen que mis alumnos de la Autónoma tengan
que estudiarse los géneros literarios con
rodríguez pequeño, lo que en verdad dicen es
que los humanos piensan
y como los humanos piensan
las cosas suceden dos veces:
una en la realidad
o en el exterior, la otra
en sus cabezas,
por donde pasa –por casi todas– y no puede
pasar con su realidad a cuestas, trabajosa
mente, sino adecudamente
disminuida a esquema mental,
capaz de ser integrada en la máquina
del cerebro, del que tardaremos en saber
mucho tiempo cómo funciona;
a ese “pasar” le llamamos teoría,
sobre todo cuando combinamos el conjunto
de los que se van amontonando de algún modo
para construir la red de nuestra perplejidad,
que se llama conocimiento.
Solo la animalización
–proceso que entra en fases
de crecimiento en señaladas
épocas históricas, como la nuestra– ofrece
no resistenica  a la teoría, sino
asepsia y molicie,
para que la teoría circule por los altos
andamios del cuerpo sin romperlo ni mancharlo.

Quizá de esta manera
lleguemos al punto que quisiera defender,
queridos alumnos, con el que pueda concluir
este exabrupto invernal, provocado
quizá por el desamor que barrunto en S.S.:
no existe la literatura,
pero existe una actividad
y una industria creadas en torno a ese concepto
hueco, que proyecta sobre una
parcela natural del quehacer humano, existe
una actividad –decía–­
a la que se ha convenido en llamar
“Literatura” que, por el papel
histórico que ha jugado en nuestra sociedad, 
en nuestra historia, es muy importante. No es lo mismo.

miércoles, 26 de enero de 2011

La REC número tres. Libertad y Literatura


La literatura, por su aspecto creativo, tiene mucho que ver, todo que ver, con la libertad; con la libertad necesaria para el desarrollo de las facultades del hombre, es decir, con la cultura como espacio de posibilidades. Explorando esas posibilidades se logra fortalecer los ámbitos de la libertad, de nuestra exigua libertad, querido lector; mientras que la retracción y el apocamiento nos limitan. Con la REC hemos seguido intentando elevar y no rebajar el nivel de nuestra capacidad para entender y crear a partir de un instrumento natural que todos poseemos: el del lenguaje. En los años finales del estructuralismo a mediados del siglo pasado llegó a prohibirse como tema “serio” en congresos, reuniones, ensayos, el de los orígenes del lenguaje. Puede que ocurra algo similar, tal y como vienen las cosas, sobre el futuro de la cultura que se asienta en la capacidad de expresión mediante el lenguaje, pues entre los muchos rumores que discurren sobre el universo a comienzos de este siglo, uno hay que afecta directamente a nuestras tareas literario-filológicas en general y a la REC en particular: dice que la humanidad camina hacia la desaparición del lenguaje. El rumor tiene ya sus monografías (verbo y gracia, When Languages Die, de K. David Harrison) inglesas; adelanto de las que vendrán en francés y, un poquito más tarde, de las versiones españolas. Lingüistas, historiadores y antropólogos no se ponen de acuerdo, sin embargo, sobre cuáles serán los procedimientos de comunicación natural que pueden sustituir al del lenguaje; o si se va a tratar de una nueva era en donde la comunicación entre humanos se reconvierta en sabe dios qué galimatías. Habituados están quienes trabajan y lucubran sobre el destino del cosmos a tratar el tiempo con medidas desaforadas; nuestra imaginación se pierde, sin embargo, cuando llegan los millones de años (“luz”, suelen añadir para mayor turbación). Las cábalas con que nos iluminan, por lo demás, al proyectarse desde las condiciones actuales, son habas contadas: podrían ser procedimientos naturales apegados a los sentidos (comunicarse solo por la piel, solo por el olfato, etc.), entre los cuales el de la vista se lleva la palma, por el avance del mundo de las imágenes. Es decir: atrofiaríamos la lengua natural para emplearnos a fondo con imágenes, lo que, se suele decir, es más exacto, mejora las comunicaciones: te enseño una estampita con un plátano o un plátano canario o el esquema de un plátano en vez de decirte plátano; te hago llegar el rumor del viento −o te soplo al oído en vez de decirte huracán. En fin, banalizaciones son de un tema que, a la larga, será muy serio; el anticipo mental de lo que pudiera ocurrir no encuentra soluciones para lo que pasa hoy: a ver cómo les decimos a los extraterrestres con imágenes que “la idea de libertad es hermana de la autonomía estética”, sentencia nuclear de la filosofía estética. ¿Traducirán en aquellos nuevos tiempos del futuro los técnicos la Estética de Adorno a otro lenguaje, por ejemplo a un lenguaje combinado de ruidos, imágenes y estímulos sensoriales varios? Y ¿harán lo mismo con “En el corazón tenía / la espina de una pasión, / logré arrancármela un día, / ya no siento el corazón”? En el primer caso el lenguaje necesitaría sustitutos conceptuales muy serios que a lo mejor no encuentran modo alguno de corresponderse con un batiburrillo de la realidad o con un invento técnico; en el segundo, sustitutos artísticos de no menor calibre que, sencillamente, contravendrían el estatuto que solemos admitir para la obra de arte ¿Editaremos, entonces, correctamente los versos del Libro de Buen Amor con solo mirar a los ojos de Roberta Alviti, sin necesidad de leer en REC 3, en este número, las explicaciones sobre el enigma paleográfico que encierran? ¿Bastará con acompasar nuestro paso al mucho más rápido de Mario Hernández para escuchar los tonos y sentir los aromas de inciertas violas, mientras desgranamos versos de Garcilaso? ¿Saludar a Antonio Carvajal será como leer la “transparente hermosura” que llevan sus versos?... Y todo ello sin leer REC 3, la revista que tienes en las manos, querido lector, la revista de donde voy espigando los ejemplos. Y no sigo, no sigo porque ¿dónde y cómo viviría ese lenguaje criollo argentino,  borracho de giros, expresiones, matices llenos de vida que han bombardeado muchas páginas de este número? Y por referirnos a lo ya dejado y hecho, ¿tomar un café con Hipólito Navarro será como desayunarse con un cuento y no con una magdalena? ¿Desterrará la magdalena del café del desayuno de Hipólito Navarro a la magdalena más famosa de la historia literaria universal? Infinitos son los caminos del señor, y no quiero yo seguirlos, por el momento. En todos estos casos que acaban de acorralarnos ¿habríamos captado lo que hoy nos trae el lenguaje, lo habríamos asumido sin hacimiento es un término que suelo copiar del Abecedario de Osuna, el franciscano de la Salceda, rebrotado en textos hispanoamericanos de la independencia de voces ni visión de garabatos? Se quedarán sin trabajo los fonetistas, los retóricos del New Criticism, el Grupo M, los sucesores de Lausberg y de Morier… Y libros tan emblemáticos, como la ortografía del entrañable lingüista español José Polo, se venderán en los VIPS planetarios por cuatro perras. Ya se ve que un solo cambio en cualquier lugar del sistema orgánico natural produce el trastorno del universo. Todo organicismo es pernicioso cuando se contempla la infinita complejidad de cualquier objeto sencillo; y sin embargo, como animales racionales, necesitamos una cierta mentira teórica que nos eleve desde la infinita riqueza del universo a nuestra capacidad de comprensión. En la REC, para no perder de vista nuestro espacio, aceptamos desde los objetos más complejos (un manuscrito, un cuento, un poema…) hasta los distintos grados de elevación teórica, incluso hasta aquel que, de vuelo tan alto, de altanería, se olvida de lo que le produjo el impulso inicial y teje un universo de conceptos.
Volviendo a la utopía de una comunicación sin lenguaje. La autonomía del objeto artístico, por lo demás, sería desvirtuada con aquel simulacro nuevo. El viejo arte, este que nos da el pan de cada día, quedaría arrumbado acabo de pasarme al potencial, cada vez lo veo más irreal como recuerdo de una prehistoria oscura, que quizá se estudiara en alguna universidad perdida del futuro cosmos, adonde irían los erasmus de todos los países a aprender humanidades. Y habría un arte nuevo basado en los modos de comunicación o de incomunicación y una manera de trasmitirlo hoy por hoy inconciliable con el que nos ayuda a soportar el peso de la existencia. Ese sería el progreso.
El mito del progreso se nos está cayendo desde hace más de cien años –atacado por los posmodernos--, y mira que está enquistado en las sociedades capitalistas. Ese intento desesperado por casar tiempo, progreso y acumulación de capital arrasa con casi todo lo que no fagocite el mercado. No vamos a insistir en ello. Se asienta en otro pilar que se nos ha colado de rondón y es más que discutible: el de la especificidad, compartimentación, especialización, etc. Notad que son palabras larguísimas, que necesitan de montones de sílabas para hacerse valer, para hacerse pasar por palabras; vamos, que quedan lejos de “sí”, “no, “sol”, “mal”, “mar”… Desconfiemos de que esas palabras nos reenvíen a algo que signifique progreso: constituyen la parte pedante del lenguaje, la que disfraza la realidad con un falso adorno, con el empaque que busca asombrar más que decir. La espesura de la teoría se obceca con ese vocabulario. El obrero industrial inglés debe ser maravilloso en su tarea específica de construir la tuerca número 27 y ajustarla a la bisagra 348KLxc, el mejor del mundo; con eso, un poco de televisión, mucha cerveza y un buen partido de fútbol tiene cumplida su existencia y ejerce función social. Y nadie debe salirse demasiado de esa función, que le da de comer, le integra y le sujeta los errores de la imaginación. Frente a esos dos mitos, mantenemos la sospecha –es retórica: la convicción— de que no todo paso del tiempo es progreso porque sí y de que la complejidad sustenta nuestro modo de ser y de estar, que no es un mal, y que haremos bien en asumirla. Si estas breves líneas no fueran lo que son, un delantal inocente a REC 3, hubiera puesto a pie de página alguno de los argumentos de nuestro mejor prosista en aquel lugar “de las Indias equivocadas y malditas”, cuando del ocio se pasó a las doce horas en las minas de plata.
Por ahora la lengua es un don gratuito con el que podemos trazar ámbitos de libertad; y habrá que luchar para que no mengüe o retroceda. Hemos vuelto a la REC, querido lector, como lugar abierto, complejo, gozoso, confuso, en donde intentamos mantener en tensión, mediante la lengua, nuestro modo de expresión por ahora más completo, esa posibilidad de crear, pensar, imaginar, criticar, decir, que es inherente a nuestra condición histórica desde hace siglos, y que nos mantiene arrinconados, pero milagrosamente libres. 

La REC, número II



Bien que ha venido creciendo el mundo de las revistas profesionales durante los últimos cien años hasta producir una gigantesca hemeroteca de la medida de nuestros tiempos, es decir: inconmensurable para el paladar humano. Las que se dedican al universo de la filología hispánica, con su parcela literaria, son, como corresponde a la importancia de nuestra cultura, desmesuradas en su número y generosas en su dispersión: sobre áreas, temas, países, autores, géneros, estilos… Durante el siglo pasado provocaron subgéneros como la revista de revistas, los directorios de publicaciones periódicas y otras herramientas necesarias en árbol ascendente que alcanza ya a la bibliografía de las bibliografías sobre revistas. Se cimentaban tales publicaciones sobre una tradición riquísima, cuyos hitos más venerables arrancan del siglo xix y se catapultan hacia 1914, fecha de la que datan dos prestigiosas publicaciones, todavía vivas, la rfe y el brae, denominadas por su hipocorístico jergal, las siglas; hemos bautizado a la nuestra sencillamente como rec, para que ande familiarmente entre las demás.
Poco ha evolucionado, sin embargo, el esquema de estas revistas que recorren anaqueles en las mejores bibliotecas del mundo; si ha cambiado, lo ha hecho hacia la densidad, afirmando un diseño que fue en su momento original, pero que se vino a tedioso y, quizá ahora, resulta poco efectivo. Normalmente diferenciadas entre las de erudición y crítica, por un lado, y las de creación por otro, en los últimos años hemos visto cómo parecía vacilar la estructura de la publicación periódica —y de tantas cosas más— por la invasión de revistas en la red, ese artilugio desconcertante que libera al mismo tiempo que confunde. Sin embargo, en su mayoría han acabado por reproducir unas maneras que nos parecen ya agotadas, particularmente las de la revista profesional que se atiene a aquellos dos modelos básicos: la erudita, seria y sesuda, que recoge extensos y prolijos —y a veces necesarios— trabajos; y el de la revista de creación, en donde se repiten hasta la saciedad unos cuantos nombres y se consagra la rutina, con muy pocas posibilidades para la sorpresa, porque los «cajones» estaban prefabricados y para innovar haría falta construir un mueble nuevo.
Quizá haya llegado la hora de intentar cambiar, remover, atreverse; quizá haya llegado la hora de las herejías sobre ese modo de hacer, que es también y al mismo tiempo un modo de dispensar los textos que pasan por nuestras manos y un modo de enfrentarse a la literatura.
Estas breves líneas de presentación no pueden desarrollar un programa que parta de una concepción distinta de la lectura, de la educación, de la cultura… Pretencioso resulta ya solo enunciarlo. Pero como de atrás le viene al garbanzo el pico, todas aquellas cuestiones son las que están obligando a cambiar estas otras. 
Queremos recuperar descaradamente el placer de la lectura —creadora o crítica—, acercando la erudición a los textos y al lector, huyendo de los desiertos farragosos de páginas para un par de especialistas, con otras tantas notas a pie de página y una especie de ostentación de sabiduría que, a estas alturas, no llegará muy lejos. Habrá que intentarlo sin menoscabo del rigor y de la seriedad, que sin mucha justificación, la verdad, se suelen adscribir a la erudición. En la rec los hitos de la investigación aparecerán frecuentemente como motivos de lectura; es decir, trataremos de congelar para el lector aspectos fundamentales del proceso de investigación, no solo de abrumarle con su resultado erudito.
No están los tiempos para andar acumulando saberes; el viejo humanismo tendrá que buscar la derrota de los vericuetos de la razón y afilar la inteligencia; apostar por todo lo que nos ayude a suplir los estancos del saber, para no encallar en esos inmensos arenales de datos que, a la postre, dicen poco. En nuestro mundo actual, el espacio del conocimiento desborda la competencia de cualquier lector culto. La opción menos alambicada nos enseña, sin embargo, que se puede recuperar el placer del texto y aceptar que una de las funciones de la lectura es la de experimentar lo que la mente atraviesa, mueve, imagina, cuando se entrega a esa actividad, sencillamente. Ese recorrido asiduo y constante por los textos es una de las tareas más urgentes y nobles para recuperar espacios de la cultura que están desapareciendo por la invasión de la inercia; entiéndase, por la invasión de aquellos sistemas que buscan amortiguar nuestra capacidad de reflexión y crítica, destruir los resortes de la imaginación cegando los caminos del buenpensar, y logrando no la serenidad del sabio, sino la quietud de la piedra. No es menor la ventaja de apoyar la aventura del lector inteligente y culto, a quien repele el envoltorio crítico, cuando ahoga al texto e impide su lectura limpia. O la de pedirle que nos acompañe leyendo un manuscrito, interpretando un texto, elaborando un motivo crítico…. La capacidad de maniobra no es demasiado grande, porque la ruptura total puede desazonar al lector, habituado a páginas y rutinas que ha enquistado como itinerarios exclusivos; pero sí que podremos reunir en una sola revista un juego de voces muy variadas, apostar decididamente por la la erudición justa, reducir la discusión y análisis de aspectos tan alejados del lector que solo podrían interesar a muy pocos; destruir fronteras académicas y escolares; compartir métodos; no frenar el recorrido histórico según se va aproximando a la actualidad; enhebrar aspectos eruditos, creativos e históricos como la cosa más natural del mundo; dar paso a los textos por todos los lados; crear un espacio intelectual ameno, serio, riguroso, ojalá que necesario para quienes consideran que lo que se llama literatura es un fenómeno cultural evanescente, sinuoso, complejo, quizá una de las grandes mentiras de nuestra historia, pero, eso sí, que sigue jugando un papel crucial en nuestra existencia.